Los terrores del Delta (VII): El origen de los monstruos

En el anterior capítulo: [Los terrores del Delta (VI): El Chamán de las Acequias]

La casa del Chamán de las Acequias era una cabaña de pescadores acomodada a los tiempos de hoy. Disponía de lo justo y necesario para vivir. Y atrapasueños. Muchos atrapasueños. Es posible que hubiera arrasado con la tienda hippie del pueblo. En el centro de la estancia había una mesa redonda, con tres infusiones humeantes. Solo rezaba para que no fuesen alucinógenas. Me animó a sentarme, de nuevo sin usar ningún lenguaje fonético. Estaba empezando a pensar que era mudo. Me sacó del equívoco al instante.

— Tómese una taza, tranquilo. No tiene nada malo. Es todo natural — me dijo.
— Bueno, el veneno también puede ser natural — contesté, suspicaz.
— ¿Y por qué querría yo envenenarle? Menos aún después de haber salvado a mi nieta preferida Cristinita. Menudo desagradecido sería. No me haga usted el feo. Beba un poco. Le vendrá bien para relajarse.
— No es nada personal — empecé a decir mientras daba un sorbo a la infusión —. Me hace mucha gracia esa relación entre lo natural y lo sano cuando la naturaleza puede ser muy puñetera.
— En eso estamos de acuerdo. ¿Qué le trae por aquí? A ver… Déjeme adivinar. Ya sé. ¡Necesita usted un ungüento especial para liberarse de un escozor horrible en su cara! — dijo poniéndose intenso y entonando una voz de las catacumbas.
— Es usted un buen adivino. ¿Cómo lo supo? ¿Los posos del café? ¿O buena vista?
— Las conchas de caracoles. Se pueden extraer muchas cosas de ahí. Nah, es broma. Es visible y palpable que tiene usted la cara como un cromo, para qué le voy a engañar. Mis conocimientos van más allá de la pura adivinación, soy un gran observador. Es más, no se puede predecir nunca el futuro, pues nosotros influimos en él. Si yo le digo algo relacionado con su futuro, a la misma vez lo estoy alterando. Y si…
— Vale, vale. No he venido a elucubrar sobre paradojas temporales, quiero saber qué está pasando en el Delta y por qué me ha hecho venir hasta aquí poniendo a una niña en peligro. Ya ha anochecido y necesito saber a qué me estoy enfrentando — le corté en seco.
— Qué antipático es usted. Solo intentaba tener una charla agradable. Hace tiempo que no viene nadie a consultarme nada. De no ser de Antoni o Cristinita ya me habría vuelto loco. ¿Seguro que no quiere el calmante? — Insistió el Chamán.
— Está bien. — Dije a regañadientes.

El Chamán se levantó de la silla. Al caminar renqueaba un poco del lado derecho y arrastraba un poco los pies. Aparentaba una edad considerable, pero se valía por sí mismo y vivía a su aire con muy poca ayuda. Se le veía feliz en su pequeña casita en mitad del Delta. Se acercó a uno de los armarios altos y sacó algo de dentro que no terminé de ver bien. Echó el contenido en un mortero, levantó mucho los brazos y dijo tres o cuatro palabras raras. Se acercó y se dispuso a echarme por toda la cara la crema que había preparado.

— No te preocupes, es de eficacia probada — me explicó.
— Hombre, como que es una pomada antihistamínica genérica — respondí.
— Puede que sí o puede que no. Esta crema ha pasado por el mortero mágico del Chamán de las Acequias y su poder se ha elevado a la enésima potencia. Y ahora, estate quieto — contestó, mientras acercaba su pomada mágica a mi cara.

Mi primera reacción fue defensiva. Eché la cabeza hacia atrás como el gesto que me hacían todas las muchachas en la adolescencia cuando trataba de darles un beso. Una cobra de toda la vida. El Chamán llamó a Cristina para que me aguantara la cabeza y para que me tranquilizara. Tras varios forcejeos consiguió ponerme la crema en la cara y, para mi sorpresa, el efecto fue inmediato. El picor desapareció por completo y pude mudar mi piel de hámster atiborrado de anabolizantes a persona humana normal.

— Estas picaduras no son normales. No, no — comentó el Chamán —. Esto es un ataque de El Señor de los Mosquitos. No tengo ninguna duda.
— ¿El Señor de los Mosquitos? ¿Un hombre? ¡Si fue un enjambre! ¿De qué me estás hablando? — dije yo, con voz indignada.
— No. No es un hombre. Al menos, no en su forma actual. Hace muchos siglos que dejó de ser un hombre para pasar a ser un ente multivital — el Chamán charlaba, pero yo no tenía ni idea de qué demonios me estaba hablando —. Cuando empezó la formación del Delta, muchas especies animales encontraron aquí su hogar. Libélulas, flamencos, aves de todo tipo…. Alucinaría con la cantidad de especies que han vivido y viven aquí. Pero algunos, como el Señor de los Mosquitos, se hicieron más poderosos y han llegado hasta nuestros días. Por eso los mosquitos prevalecen aquí y son tan famosos. Forma parte del equilibrio ecológico de la zona. Hay una serie de entes sobrenaturales que dirigen y protegen el territorio de otros monstruos que intenten debilitarlos y robarles su sitio. El Señor de los Mosquitos no es el único. El equilibrio lo mantienen tres fuerzas: El Arrocenstruo, la Bestia Salada y el que ya conoce por sus efectos.
— Un momento, ¿tres monstruos? — dije yo, consternado.
— Tres. Cada uno en su parcela y preocupándose de mantener su propio ecosistema. Pero algo ha pasado en el equilibrio de poderes. El Señor de los Mosquitos nunca había estado tan desatado y hay animales que están comportándose de manera muy extraña.
— ¿Y los FAPs de los que habla Cristina? ¿Eso qué es?
— Flamencos anti-persona. Hay flamencos que por la noche se están adentrando en los pueblos y atacando a sus habitantes. Algunos se introducen en la piel de los propios humanos y los transforman. Se convierten en un híbrido flamenco-humano y puede tomar la apariencia de cualquiera de los dos. Son muy agresivos y peligrosos.
— No hace falta que lo jures. He tenido una experiencia terrible en una farmacia en Sant Carles.
— Me hago una idea. Algo muy grave ha tenido que ocurrir y no sé lo que ha podido ser — dijo el Chamán. Acto seguido, se levantó de la mesa y fue a por algo —. Tenga, necesito que haga algo por mí. Yo ya no tengo casi poder y no se lo he podido legar a nadie. Ya estoy mayor y no voy a ser capaz de contener a alguien tan fuerte como el Señor de los Mosquitos. Esta será su segunda prueba habida cuenta del éxito de la primera.

El Chamán me entregó un artilugio alargado de un metro de largo con un orificio en la parte posterior donde se podían introducir unas pilas. Este palo iba a su vez conectado a lo que parecía ser una jaula plegada. Ésta tenía la forma de una red de pescador, pero más dura y con unos agujeros mucho más pequeños. Era una fusión entre jaula y mosquitera. Un dos en uno de la caza de monstruos raros. En resumen: una trampa muy sofisticada para el Señor de los Mosquitos. Aunque no parecía tener ningún poder ancestral más allá del de las pilas alcalinas.

— Deberá ir en su busca. Sé dónde está su guarida. Aunque por las noches es más fuerte, es mucho más fácil encontrarlo. Cuando ataca, vuelve siempre al mismo punto. Mantiene una luz encendida por donde revolotea sin parar hasta que vuelve a buscar una presa de la que extraer su sangre. Cuidado porque cuando prueba a alguien, es capaz de detectarlo más fácilmente. Le gusta repetir. Así que usted ya está fichado. Vaya con mucho ojo. Antoni le guiará. Allí solo se puede llegar bien en barca de perchar y si va solo es más probable que se pierda.
— ¿Algo más que deba saber?
— No. Solo una cosa más. Tenga.

Y me dio una pata de conejo. Para que tuviera suerte. Todo un detalle. Ahora me tocaba ir a las tantas de la noche en busca de ese tío que hacía ver que era un monstruo ancestral de mosquitos. Yo no creía nada de toda esa pantomima de bestias encantadas y equilibrios místicos, pero la trampa la llevé conmigo. Y la pata de conejo. Por si acaso.

Siguiente capítulo: [Los terrores del Delta (VIII): La búsqueda del Señor de los Mosquitos]

4 Respuestas

  1. Patri O. dice:

    Yo no me fiaría mucho de ese Chamán, podría ser colega de Pamiés…jajaja

  1. 09/03/2018

    […] Siguiente capítulo: [Los terrores del Delta (VII): El origen de los monstruos] […]

  2. 23/03/2018

    […] En el anterior capítulo: [Los terrores del Delta (VII): El origen de los monstruos] […]

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