El conejo mancillado: la historia de un peluche de un gato en celo
El título de este post tiene un subtítulo bien majo por una razón fundamental: si hubiera puesto «el conejo mancillado» solamente más de uno hubiera aparecido aquí pensando que se trataba de un relato erótico chusco. No es el caso. El tema que nos ocupa hoy es sobre nuestros queridos animales domésticos y sus pulsiones sexuales. Más concretamente de la de los gatos, aunque es perfectamente aplicable a un perro. ¿Quién no ha visto a uno sodomizar un pobre tobillo de alguna persona incauta? «Qué gracioso el perro» «Sí, gracioso, pero la mancha de su caniche la va a limpiar usted con la boca, señora». Estas cosas pasan.
Yo tuve un gato en mi juventud del que hablé poco en este blog. Principalmente por evitar el cliché de bloguero con gato que a veces escribe faskjfasdñlfkj porque lo tiene maleducado y se le monta encima del teclado. Cuando el gato era bien jovencito empezó a entrar en sus épocas de celo. Como todos sabéis, eso no significa que le diera por arrancar todos mis posters de la pared; sino que necesitaba de una gata a la que montar. Como no podía salir de casa porque vivía en un sexto, el gato marcaba territorio en toda baldosa del piso. Muchos diréis: «Anda que si los humanos hiciéramos lo mismo» Pues no os creáis. La gente sale los sábados para ligar y a ciertas horas de la noche hay más de uno y más de dos meando por las esquinas. Y vomitando, pero ese es otro tema.
La situación era insostenible ya que mi madre no daba abasto de todo lo que tenía que fregar cada dos por tres. Y al gato parecía darle igual que le regañaran. Es lo que tienen los gatos, lo que es el castellano no lo pillan muy bien. Así que terminó castrado. Oh. Por aquella época yo tenía unos 8 o 9 años y quería ser veterinario. Por lo visto el veterinario no quería competencia y para disuadirme me enseñó los testículos amputados del pobre animal justo después de la operación. Después de llevarme con cara de terror las manos a los míos, decidí dedicarme a otra cosa. ¿Y donde está el conejo mancillado? Ahora voy, ahora voy.
Mi abuela. Eh, que tengo que introducir el tema, no me miréis así. Mi abuela tenía también un gato. En comparación con el mío que era dócil y tranquilo, si no le tocabas los cojones que no tenía; este era una bestia parda asesina. Era consciente que las uñas no las tenía para mordérselas de vez en cuando, sino para arañar a todo hijo de vecino que se le acercara. Cada vez que iba a casa de mi abuela yo salía como si viniera de una pelea a navajazos. Este gato además de ser agresivo también tenía sus necesidades sexuales y su celo propiamente dicho. Con esos maullidos ahogados para ver si alguna gata se percata de que quiere tema. Pero salvó sus testículos de ser arrancados de cuajo. ¿Cómo? Aquí entra el conejo.
Un conejo de peluche salvó los testículos de aquel gato. Éste no se meaba jamás por las paredes dejando la marca y un olorcillo allá donde iba, sino que el conejo hacía las veces de gata cada vez que tenía un apretón. Digamos que adaptó el mundo de las muñecas hinchables a los conejos de peluche. Y seguramente más de uno acaba de tener una idea. Eh, suelta ese osito de Mimosín, por Dios, que es tu infancia. Así pues una y otra vez el conejo era mancillado en su honor de doncello y está claro que no llegaría virgen al matrimonio.
No inventó nada aquel gato. Muchos gatos y perros utilizan a los peluches como vaginas gatunas en lata para satisfacer sus deseos o sus parafilias. Ya me diréis si un gato fornicando con un ratón Mickey no es, ciertamente, turbador. Pero aquel gato cogía el conejito con un deseo y una posesividad extrema. Si alguien intentaba quitarle el conejo mientras estaba en el ajo o tan siquiera abrazado a él, podría desembocar en una guerra sin cuartel. Y no valía con encerrarlo, aquel gato era como los velociraptors de Jurassic Park: sabía ABRIR PUERTAS.
Aquel conejo terminó muy mal. Era verlo y sufrir por él. Aunque fuera un ente inanimado. Estaba deshilachado y por qué no decirlo, pastoso también. De la única manera de la que te podías atrever a cogerlo era con la punta de los dedos y por la esquina de la oreja, la única parte que parecía no haber sido follada. No fue esto una historia de amor sin ninguna duda, lo fue de sexo desenfrenado y loco entre un gato y un peluche que no sabía donde se metía cuando entró en esa casa. Eso sí, si tenéis un gato y os da cosica castrarlo, siempre podéis probar con un peluche al que no le tengáis demasiado cariño. No habrá quien se atreva a tocarlo, pero tendréis al gato tranquilo.
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