Fauna del supermercado: La señora que le cuenta su vida a las cajeras
El trabajo de cajera tiene que ser bastante pesado. Primero porque los señores encargados un día decidieron que quedaba mal que las señoritas estuvieran sentadas y que mucho mejor de pie. Así, por supuesto, se daría una buena imagen a los clientes. Esa buena imagen que da alguien puteado con cara de malos amigos, porque oh vaya, no puede sentarse y tiene unos calambres en los gemelos que podrían generar electricidad para todo el vecindario. No conformes con ese puteo, las cajeras temen mucho más algunas frases de los clientes que esos pequeños detalles. Y hay una especialmente jodida. Aunque muchos lo podríais pensar no es «quiero hablar con su encargado» sino: «Niña, ¿te he hablado alguna vez de mis nietos?». Terror.
La soledad es muy jodida y hay señoras a las que en su familia nadie les hace caso. Entonces encuentran en el súper alguna chavalita simpática que les sigue un poco el rollo al principio para no hacer el feo. Pero ahí está su primer error. A veces es difícil detectar lo que es una persona que tiene el día charlatán y la que como le des un día de charla no callará ni debajo de agua. Literalmente. Que luego la ves en la playa buceando y todo burbujitas. Que terminan los peces saliendo del agua a morir a la orilla para no escucharla. A estas mujeres hay que saber darles largas en el momento preciso. Pero bien dadas. No como una amiga mía a la que un loco intentó tirarle la caña y cuando le dijo de quedar le contestó: «Pues algún día podríamos». Y me lo explicó así: «Le dije eso para darle largas» Una forma curiosa de hacerlo, sí. «Le enseñé las tetas así del rollo para darle largas, pero no lo pilló el tío» Qué cosas eh.
Algunas se emocionan y no conformes con eso al día siguiente van preparadas con el álbum de fotos. Esto es verídico, ojo, que yo lo he visto. Ya no van a comprar al súper, van a contar su vida. Que un día una cajera cogerá un micro y unas tarjetitas y se montará el Diario de Patricia mientras suena el pip de los códigos de barras. «Hoy, en Diario de una Cajera tenemos el placer de traeros a señoras que creen que su nieto cuando pegue el estirón, uh, qué grande se pondrá» Y así una detrás de otra en fila contando su testimonio y comprando acelgas. Desgraciadamente para las cajeras no solo hablan de sus nietos. Diréis, bueno, al menos hay variedad. Si comes cada día yogur natural puede que te apetezca variedad. Pero si la variedad significa comerte un trozo de mierda y un pedacito de rata en vinagre como que a la variedad le dan por saco. Pues ahí entran las historias de las enfermedades de las señoras.
También cuentan sus enfermedades, las pasadas, las futuras, las presentes, las del marido, las de la vecina de enfrente que ella no quiere decir nada pero está en las últimas, la de la enemiga del cuarto y la de alguna famosa que era muy querida. Y luego les hablan de medicinas como si fuesen un vademecum andante. «Ah sí, pues mira, si te duele la cabeza te tomas un Efferalgan 20 mg dos veces al día después de las comidas y blbabblubablublu» Las cajeras, si no fueran por la pasta de la que están hechas les contestarían que la mejor medicina para el dolor de cabeza es el silencio. El silencio de la sordera. Alguna cajera ante su imposibilidad de decirle a la señora que sí, que le importa una mierda todo lo que cuenta se ha trepanado el oído y se ha quedado sorda de por vida. Tampoco fue una tragedia porque era fan de Justin Bieber y algún día tenía que pasar.
En definitiva, estas señoras se apoderan de la cola del súper. Generan en un momento una aglomeración de personas esperando y un mejunje de palabras incrustadas en la cabeza de la pobre cajera que termina llamando a otra cajera por piedad: «Señorita Silvia, acuda a caja por favor, por Dios y por la Virgen Santa, no puedo más, ¡acuda a caja! ¡Acuda!» Un drama cotidiano en su súper más cercano.
Morri… Mis respetos, no pudiste haberlo descrito mejor…
Jajaja, y ni siquiera en el súper. Hay que verlas en la sala de espera del doctor o leyendo en un centro comercial.
Una vez me senté al lado de una viejita en un centro comercial… Y la viejita empezó a hablar. Yo de boba me quedé un rato con ella, pero la conversación simplemente pasó de «Qué calor tan horrible» a «Y cuando los testigos de Jehová llegaron a mi casa, ¡Ay mijita, ni le digo! Pero yo no me dejo, YO NO ME DEJO, a mi casa NI UNO DE ESOS, Eaaa, eaaaa» Y así siguió, hasta que empezó con el fin del mundo y no sé cuál predicción de la roca de fuego… Blablablablabla…
Terrible, terrible…
Muchas gracais ^^ Una respuesta activa un botón invisible que está conectado a una batería de larga duración que les hace hablar y hablar y no les permite parar. Sólo queda la opción de huir. Y sobrevivir a sus maldiciones por irte.