El asesino del código (QR)
Poco después apareció en la esplanada. Ya habían llegado todos los efectivos de la policía, el forense y esos señores que ponen cintas de no traspasar. Joe admiraba el poder de esas cintas, lo fácil que era pasar por debajo y lo sumisa que era la gente tras ellas. Las luces de las sirenas de los coches patrulla iluminaban la esplanada. «Hola Joe, vaya horas eh; parece que este caso tiene algo que ver con los anteriores, toma». Su perspicaz compañero Tony le alcanzó un papel con un código aparentemente indescifrable. El mismo código que habían visto en los anteriores y que habían ignorado por encontrarlo ininteligible.
«Mira quién tenemos hoy aquí» – Joe levantó la voz al ver a su compañero Frank, famoso y querido en la oficina por su gran disponibilidad para piratear las Wiis de sus compañeros. El informático le llamaban. Frank era un inspector más, como Joe, y le habían asignado al caso para intentar echar una mano. «A ver, déjame ver eso que tienes en la mano Joe» – dijo Frank, curioso. Frank examinó el papel con detenimiento y enseguida reconoció el patrón. «Pero Joe, ¿cómo no os habíais dado cuenta antes? ¡Es un código QR!» Frank sacó su smartphone del bolsillo y procedió a hacerle una foto al código. Éste escondía un enlace de descarga profundamente misterioso.
Frank prefirió no abrirlo en el móvil, se lo mandó a su propio correo electrónico para echarle un vistazo al llegar a la comisaría para así seguir investigando el caso. «Enviámelo a mí también, Frank» – dijo Joe. «Le echaré un vistazo a ver qué podemos indagar entre los dos». Cuando llegaron a la comisaría no tardaron en abrir sus correos. Joe clickó el link y vio como se descargaba automáticamente en su PC un archivo Powerpoint que contenía una presentación. En busca de pistas Joe abrió el archivo y se encontró con fotos de gatitos realizando piruetas graciosas. La siguiente diapositiva contenía conejitos amorosos que lanzaban besos a la pantalla en forma de corazoncito. La tercera diapositiva mostraba la importancia de la amistad y la cuarta un chiste de tetas. La quinta contenía un susto que convenientemente avisaba al usuario que se asegurara de tener los altavoces activados.
Tras el inevitable respingo, Joe pasó a la última diapositiva donde encontró un mensaje turbador: «Si no reenvías este archivo a tus contactos en el plazo de diez minutos algo malo te pasará. Y cuando digo algo malo es que te mataré. Yo mismo. Con mis propias manos. Quedas avisado. Tic, tac. Tic, tac». No tardó mucho en circular el PowerPoint por toda la comisaría de policía. Nadie se atrevía a romper la cadena y el chiste verde había triunfado entre los novatos y se había convertido en un clásico chiste para vacilar a los detenidos que iban llegando. No eran los únicos que recibían el Powerpoint así que los cadáveres se fueron sucediendo durante los siguientes meses. Distinto descampado, nuevo código QR. En la web rezaba: «Quien rompe una cadena, empieza otra».
En el plazo de un año el asesino del QR había acabado con la vida de más de treinta personas que al ver un PowerPoint de gatitos lo cerraban en la primera diapositiva y luego sufrían las consecuencias. La policía estaba desesperada: no tenía ni una sola pista aparte de los distintos códigos QR que se iban sucediendo. Webs imposibles de rastrear, ni una sola huella en el crimen… El asesino del QR tenía un modus operandi prácticamente perfecto y todas las investigaciones siempre llegaban a un callejón sin salida. Hasta que un día recibieron un aviso de un nuevo cadáver muerto en extrañas circunstancias. Esta vez no en una esplanada, sino en su propia casa. El cadáver yacía delante del ordenador con un disparo en la sien y cientos de papeles con códigos QR esparcidos por la habitación.
Joe y Frank acudieron al piso. Enseguida Frank se dio cuenta que en el ordenador de la víctima había un aviso de pérdida de conexión a Internet. Detrás de ese aviso había un correo en borrador preparado para enviárselo a una cantidad de contactos abrumadora. En otra ventana había un PowerPoint abierto: el primero que llegó a la oficina. En el escritorio del sistema operativo también había otros muchos PowerPoints que parecían a medio hacer. Y cuando comprobó los códigos QR esparcidos por el suelo, muchos no enlazaban a ningún sitio. Parecía como si estuvieran en plena preparación. Frank y Joe se dieron cuenta a la vez: era él. La víctima era el propio asesino que estaban buscando.
Al parecer la cadena de PowerPoints de gatitos y corazoncitos se había convertido en algo tan popular que multitud de veces le llegaban de nuevo al iniciador de la cadena: el propio asesino. Con tal infortunio que al intentar reenviarlo perdió la conexión a Internet. El plazo era de diez minutos y el asesino no consiguió recuperar la conexión. Fiel a sus principios decidió que era el momento de acabar con su misión. La cadena se cerraba entorno a él y acabó con su vida de un disparo en la sien.
El caso quedó resuelto al instante y un suspiro de alivio salió de los labios de Joe. «La gente de esta ciudad está más a salvo que nunca y por fin no recibiré más Powerpoints moñas en mi bandeja de entrada» – pensó aliviado. Sin embargo, a pesar de que la noticia salió en portada de todos los diarios importantes del país, ya sea por superstición o por el miedo atenazante muchas personas siguieron recibiendo Powerpoints de corazoncitos durante años. Aún hoy quedan algunos reductos a pesar de que el peligro ha pasado a mejor vida. «De verdad, podéis dejar de enviarlos. Por favor» – Joe se quejaba amargamente, pero no pudo hacer nada para cambiar lo que nadie podía parar ya. La cadena prevaleció.
¡Me gusta, me gusta! Muy original ^^