Las mutuas
La ansiedad es muy mala compañera de viaje. Es como si un equilibrista tuviera todo el rato a un loro colgado en el hombro que le estuviera diciendo: «Te vas a caer, GRROUAAK, ¡que te caes!». Que le da un plus de dificultad, pero tampoco es plan. La ansiedad no sirve para nada, solo sirve para estar preparado para el momento en el que pase algo malo tu propia mente te pueda decir: «¿Ves? Te lo dije.» Y mientras tanto no has disfrutado nada de lo bueno por el puto loro que no para de garrir. Yo no sé mucho de psicología, más bien nada; pero sí puedo decir lo que me sirve a mí para esquivar al pesado del pajarraco: tratar de evitar todo aquello que le dé de comer. Igual que cuando una llama roza tu mano, la apartas enseguida; lo mismo deberíamos hacer cuando aparece Ferreras o Vallés. ¡Ojo, que queman! Viven de generarte ansiedad. ¿Sabéis quien vive de eso también? Lo habéis adivinado si os habéis fijado en el título: los seguros privados. Y más concretamente, para el caso de hoy: las mutuas.
Hay un interés muy claro y evidente, desde hace años además, de destruir la sanidad pública. En varias comunidades autónomas, entre ellas la que vivo, se han ido denigrando poco a poco los servicios públicos para aprovecharse de nuestros miedos – o de ansiedades ya no imaginarias, sino bien palpables – por nuestros problemas de salud para que lleguemos a la conclusión lógica de que necesitamos una mutua. Es como si un vendedor de antídotos se paseara con una víbora lanzándosela a la gente para luego venderles a precio de oro el antídoto para el veneno.
El empuje hacia el individualismo y al sálvese quien pueda lleva a esa conclusión: ya que me lo puedo pagar, contrato la mutua y al menos estoy tranquilo. Hasta que te pasa algo grave, que entonces te mandan a la pública. Que no les sales a cuenta. Que a quien se le ocurre ponerse malo. Como todos los seguros, vamos. Los seguros en general funcionan perfectamente mientras vas pagando, excepto cuando los necesitas; que entonces no te entra en la póliza. Oooh. Qué pena. No miraste la letra pequeña. «Pero si aquí pone que las lesiones de rodilla entran». «Sí, pero no entran si te las has hecho jugando al pádel, José Manuel, que no tienes edad ya para tantos trotes» «Pero entra en rodillas, ¿no?» «No, las lesiones de pádel tienen un subapartado separado y usted no lo contrató». Y así todo.
Yo tuve mutua una época. Me la decidió pagar la empresa donde trabajaba como extra y como no tenía que pagarla yo de mi bolsillo, pues estaba bien. Es el producto ideal para un hipocondríaco. Un lunar sospechoso, a pedir hora. Un dolorcito en el hombro, de visiteo. Mejor que mirar Google y ver tu vida pasar por delante como una película de arte y ensayo. Por lo aburrida y falta de emociones fuertes, digo. Luego al cambiar de empresa, aunque me mejoraban las condiciones, el plus de mutua no existía. Con lo cual perdí acceso al seguro privado. En casa lo hablamos y tras una recomendación de amigos decidimos ir a una de estas empresas a que nos explicaran las pólizas y en cómo iban a mercadear con nuestras posibilidades de supervivencia en este mundo.
Nos sentamos allí a hablar con el comercial, muy afable y dicharachero y nos empieza a explicar las distintas modalidades que podemos contratar. Entonces nos explicó que había la mutua normal y luego la plus. Esto es una dramatización, no sé si se llamaba la normal y la plus o la «pobres con 4 cosas» y la «pobres con más cosas». El caso es que nos quería vender la plus. Porque era más cara y era más guay. Y porque se llevaría más comisión, por supuesto; pero él nos quería vender la que mejor cuidara de nuestra salud y nuestros churumbeles. La gracia que tenía sobre todo esa póliza era que aunque tenía copago, entraban los mejores médicos del mundo mundial. Los médicos top. Los médicos chachipiruli guay del paraguay que te tocan y te curan. Unos cracks. Pagando, pero pagas menos. Que vamos, que son médicos que tratan a personalidades del fútbol, del deporte y la farándula, pero te harán un hueco a ti que pagas la plus. Y te tratarán super bien, porque pagas la plus. Y te harán una reverencia al entrar, porque pagas la plus.
Lo mejor no estaba ahí, no estaba en el engaño de hacerte creer que los mejores médicos – que en realidad están en la pública – te van a tratar como si fueses una personalidad de la jet set de este país; lo mejor era decirte que si ibas con la mutua pobre, te iban a mirar por encima. Tal cual. Mis ojos se quedaron como una vajilla entera de platos, haciendo pop en mi cara, me salían más ojos de los poros de la piel y todo. Me dice el tío, con todo el papo, que si voy con la mutua normal el médico como cobra menos, porque la comisión que se llevan es muy pequeña por cada visita, pues que te mira por encima y escribe la receta con más desgana de la normal. Que llevas la receta a la farmacia y cuando la descifran pone: «¡Pasti sorpresa!».
Entonces, yo, con mi cara llena de ojos plato gigantes, mirando lo que me iba a costar de extra al mes la mutua de los cojoncios porque encima mi hija tenía pocos meses y tendríamos que pagar de más porque «ya se sabe, los niños a esas edades van mucho al médico» (Aquí va un exabrupto pero está censurado por la policía de las buenas prácticas en la escritura). La broma iba a salir por más de 200 euros al mes la familia entera, lo que corresponde a unos 2400 euros al año de médicos que ya tengo cubiertos en realidad con eso que se llama nómina mensual de la que sale bastante más que eso para sanidad. 2400 euros al año para que te miren por encima. Porque no es la plus. Que se lleva poca comisión. Y claro, si a ti te duele, a ese de ahí le duele más, que paga la plus.
Como podéis comprender, salí de aquella sucursal del mal ojiplático, nunca mejor dicho, y me guardé el dinero para otros menesteres; o si se diese el caso, para pagar la consulta privada en caso de extrema necesidad. Total, si te pasa algo chungo de verdad, te van a desviar a la pública. Que no entra en la póliza, ni siquiera en la «pus». Y lo que deberíamos hacer, en vez de abrazarnos al individualismo y al sálvese quien pueda, es defender con uñas y dientes la inversión y mejora de la sanidad pública. Que pongan recursos, que pongan médicos, que les paguen bien, que les pongan horarios decentes para que puedan dar el servicio adecuado, que pongan medios, máquinas, dispositivos y dejen ya de mercantilizar con la salud. Que todos deberíamos ser plus.
P.D: Aprovecho desde aquí para felicitar al CAP que me queda más cerca de casa, que usando la aplicación de la sanidad pública, les escribes por cualquier cosa que le pasa a la niña y en pocos minutos te llama alguien para darte hora. Mi experiencia con pediatría en la pública en los últimos tiempos no puede ser mejor. Y sé que no en todos los sitios es así y ojalá lo sea más a menudo. ¡Viva la sanidad pública!