Los padres que van a ver a sus hijos al fútbol


«Si os grita vuestro padre desde la banda, pasad de él»
«Pues luego va a casa y lo aguanta usted, ¿vale Mister?»

Es difícil encontrar a un niño al que no le guste el fútbol. Ya sea porque los padres les hayan regalado una pelota mucho antes de que les naciera el primer diente, o por presión social; los niños son aficionados al fútbol desde que tienen uso de razón. Algunos incluso aprenden a decir antes gol que papá, al fin y al cabo tiene una sílaba menos. En los patios de los colegios podemos ver siempre partidos del maravilloso fútbol-patio, pero algunos llevan la afición más allá y se apuntan al club de fútbol del pueblo. Ya sea por propia vocación o porque los padres han sido más rápidos: «A ver si nos sale bueno y nos saca de pobres». Y luego dicen de la explotación infantil.


Todo esto no implica ningún problema, el deporte es salud y está bien que los niños hagan un poco de ejercicio. El problema es cuando los padres se toman demasiado en serio el tema y acuden a los partidos de sus hijos esperando que su divino hijo deslumbre al planeta con el balón en los pies. O por lo menos, que no se tropiece con el balón al intentar chutar. Lo que más desean en el mundo es que sus hijos sean unos absolutos cracks, incluso algunos lo creen seriamente aunque su hijo aún piense que hacer una bicicleta es atornillar unas ruedas a unos hierros.


Las madres también se apuntan al carro, aunque muchas de ellas jamás hayan visto un partido. Antes decían que el fútbol era una tontería con veinte tíos en calzoncillos detrás de un balón y ahora son las primeras en gritar gol aunque todavía no hayan entendido en qué portería tienen que gritarlo. No hace falta decir que no van por afición futbolera, van porque su niño está allí y hay que defenderlo de las maldades del mundo. Así pues, cuando uno del otro equipo le haga una entrada a su hijo gritarán como locas y saltarán al campo. «¡¡Pero qué hace animaááa, que va a rompé a mi niñooo aaayyy!!» Y los otros padres agarrándola como pueden para que la cosa no vaya a más. «Mi niñooooooogghh».


Entonces es cuando empiezan las peleas interpater. La madre furiosa por la entrada que le han propinado a su hijo se pone a insultar al niño del equipo contrario. «Hihoputaaaa lo que le ha hesho a mi niñooo el cincooo, la madre que lo parió hijaputa si se hubiera puesto un tapoon en el coññooo ¡¡me cagon sus castah!!» Siempre con excelsa finura y elegancia en la elección de las palabras. Entonces el padre del niño escucha los gritos, se ofende y ya la tenemos liada. «¿¿Qué has dicho quéee de mi niñoooo?? ¡Mala arpía ahora verás!» Y empieza una pelea de padres en las que la gente intenta separar, la gente se agarra de los pelos, las mujeres gritan aaayy y a algún padre se le cae el palillo de dientes al suelo mientras observa y pasa la gorra para que la gente apueste. Al final el árbitro tiene que suspender el partido y llamar a la policía por altercados en los aledaños del estadio. O detrás de las vallas del campo de tierra, lo mismo da. Deberían considerar los partidos de infantiles como partidos de alto riesgo.


Eso cuando los propios padres son los protagonistas, porque muchas veces los damnificados son los árbitros. Deberían llevarse casco y armadura medieval para los partidos de críos porque sin duda son los más peligrosos. Además, normalmente, los árbitros que pitan en esas categorías no serían especialmente buenos. Ya son malos los de Primera División imaginad en alevines… Así que cualquier error que fastidie al equipo de «sus niños» se convierte en una ristra de insultos y palabras malsonantes que estarían censuradas en horario infantil. Pero en los campos de fútbol no hay consejo audiovisual que valga y no suenan pitidos en cada «cabrón» o «árbitro tu novia tiene rabo» que se oiga.


Esto no sería nada si no fuera porque los niños tienen amiguitos, y aunque los padres no lo crean también tienen uso de razón. Con lo cual todo lo que hacen sus padres repercute en los hijos y si éstos hacen el ridículo, los hijos, por extensión, también. Los compañeros terminan cachondeándose del niño por lo que hacen sus padres siendo espectadores, aunque en cualquier momento cualquiera de ellos puede ser víctima de que su progenitor líe una buena en el campo. A veces el ridículo no es por la violencia, sino por airear intimidades que entre los niños pueden provocar cachondeo. Por ejemplo, gritos que he oído yo y son verídicos: «¡¡Mi niño toma mucho colacaoo!! ¡Ta mu fuerte!» «¡A mi niño ya le han salio peloh en lo huevoh no te paseee!» Y demás lindezas similares. Probablemente eran dichas siempre por la misma madre, pero en todo campo de fútbol de niños hay una de estas. Seguro.


Al final, todo eso será totalmente anecdótico. Sus hijos no se convertirán en cracks, por lo menos la inmensa mayoría, y habrán sufrido subidas de tensión, ataques de nervios y huesos del craneo rotos por cuatro partes para nada. Así que señores padres, si su hijo no es especialmente bueno ya con ocho años, no se ofusque, o lo apunta a natación donde no hay árbitros o quédese en casa los domingos, grítele a los políticos del diario para desahogarse y cómase unos churros con chocolate en la tranquilidad de su hogar. El mundo del fútbol infantil habrá ganado mucho.

4 Respuestas

  1. Vale dice:

    jajajajja.!!!eso lo vivo todos los domingos en la mañana

  2. johnyfk dice:

    Desde luego los peores traumas vienen por parte de los padres.

    Yo tuve suerte, porque mi padre no es futbolero y no me machacó desde pequeño, pero lo malo es que era pésimo en el futbol patio.

    Mu güeno, Morri.

  3. morri dice:

    Vale: Te acompaño en el sentimiento, es duro XDD

    johnyfk: Mi padre tampoco es futbolero y no venía a liarla por suerte. Muchas gracias ^^

  1. 21/12/2014

    […] les pasa a los padres que van a ver a sus hijos al fútbol? Muchos de ellos se toman todos y cada uno de los partidos de sus hijos como un enfrentamiento a […]

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