Saludo a mi madre, mi padre…

En la tele siempre ha habido concursos de todo tipo, pero los concursos que más han triunfado han sido los telefónicos. Eran aquellos en los que la gente llamaba y había algún panel con premios y tenían que acertar ciertos números para poder llevarse el regalo correspondiente. Hasta ahí todo iba bien, habían concursantes más habilidosos y otros menos, pero hasta ahí todo bien. Lo malo llegaba cuando tenían que colgar, aparecía la frase de siempre:

«¿Puedo saludar?»

Saludar, ¿para qué? Para perder tiempo televisivo, que es oro, que podrían estar poniendo dos anuncios de Freixenet enteros y ganarse un pastón. ¿A quien quieres saludar, a tu tía? ¿Te ve acaso? ¡Si estás hablando por teléfono!


Pues no, la gente saludaba y saludaba, que si a su madre, a su padre, a su hermano, a su perro, a su canario, al hamster, a la vecina de enfrente, al dependiente de la tienda de fruta, a su clase del colegio, al que le robó la cartera… En fin. Que no se dejaban a nadie. Y digo yo: ¿No es totalmente absurdo saludar a alguien por la tele si los puedes saludar cada día? ¿Qué gracia tiene oir a tu hermano decir que te saluda a tí, si además, ni siquiera dice tu nombre sino que dice: «Mi hermano»?


Es una costumbre absurda, adquirida con el tiempo y llevada hasta los extremos. Dejémenos de saludos y saludémonos más por la calle, que cada día a la gente le cuesta más dar los buenos días cuando te las encuentras en el ascensor. Pero ese, quizá, sea otro tema.