Boda (III): Elegir el restaurante
Una de las claves a la hora de organizar una boda – hablo ya como una wedding planner y todo, ¿qué ha pasado conmigo? – es la elección del restaurante. Ante todo, no queremos que el bus de vuelta a casa tenga que hacer una parada en un McAuto. La gente cuando va a una boda espera hartarse de comer hasta decir basta como si del señor gordo de El sentido de la vida de los Monty Python se tratase. Más de uno hace ayuno la semana antes de un convite. Que les harían un reportaje en Españoles por el mundo y todo: «¿Por qué te hiciste budista?» «No, es que me estoy preparando para la boda del Morri, que me ha dicho que hay comilona; ya a partir del sábado salgo del templo» Así que las expectativas estaban altas.
Normalmente la gente en lo que más se fija a la hora de elegir un restaurante de boda es en si es bonito y en si se come bien. Para lo primero es fácil: vas al sitio y te aseguras de que las fotos que han puesto en internet son reales y no están hechas con Photoshop o son de hace treinta años cuando lo reformaron por última vez. Para lo segundo hacen falta referencias o hacer el truqui de colarte como invitado en bodas de otros. A veces no es tan difícil. Te pones tus mejores galas y zampas el aperitivo. Total, la mitad de la gente no se conoce y si alguien te pregunta pues dices que vienes de parte del novio de cuando estuvo de Erasmus. «Pero si él no estuvo de Erasmus» «Sí que estuvo, pero como pasó tanto tiempo borracho no se acuerda». Y colará. Porque los Erasmus son así.
Nosotros teníamos unos objetivos claros. Por ejemplo, queríamos que el restaurante tuviera hotel porque teníamos muchos invitados que venían de lejos. Y claro, si muchos se quedaban allí, necesitábamos que la suite nupcial contara con una insonorizUY, UY, CORTA ESTO QUE ESTO E MU VERDE. También queríamos que tuviera cierta facilidad de acceso para personas con movilidad reducida por gente mayor que tenía que venir. Que ves algunos sitios de playa fantásticos, pero para llegar a la zona de la ceremonia civil tenías que bajar haciendo rápel. Para el que no lo sepa, hacer rápel consiste en bajar una montaña con una bola de cristal adivinando el futuro. ¿No? Bueno, el caso es que tampoco era plan escoger un sitio en el que tuviéramos que bajar a una abuela con silla de ruedas en grúa de Fórmula 1. Así que esos ya los descartábamos mirando fotos por internet.
Y otro objetivo que teníamos era estar preparados con un buen plan B por si llovía. Y hago una pausa aquí porque sabíamos que la lluvia era un factor clave mucho antes de que la boda se acercase. No es que creamos en las supersticiones ni en los poderes sobrenaturales, pero la experiencia nos dice que allá donde esté mi suegra, llueve. Yo ya le dije a mi mujer que si quería un día soleado teníamos que anular la invitación de mi suegra, pero claro, no era opción. El caso es que sabiendo que ella venía y mi mujer también tiene cierta tendencia a atraer la lluvia – tanto que hay agricultores de Lleida que piden sacarla en procesión cuando hay sequía – debíamos escoger un sitio que estuviera preparado para ello. Spoiler: el día D llovió.
Después de bucear por internet, encontramos varios interesantes. Problema: el trato no generaba confianza. Por ejemplo, te envían un pdf confuso donde los precios están sin IVA o no los ponen para que no te asustes y decidas empezar por el divorcio. Algunos ya empiezan por las pegas antes de preguntar nada, como que no caben unos autos de choque. O bien contestan a destiempo. Nosotros lo organizamos con casi dos años de antelación y creo que si miro ahora el correo puede que encuentre un nuevo mensaje de un restaurante dándonos la enhorabuena y pidiendo la primera cita. Gente con pocas ganas de vender. Así que al final, en cuestión de visitas solo fuimos a dos: uno, el que escogimos que lo vimos el primero y dos: EL OTRO. Que no voy a mencionar para no dejarlos mal gratuitamente. Pero claro, la anécdota la tengo que contar.
Como ya os he mencionado dos párrafos atrás, la lluvia era un factor clave; aparte del sitio, la claridad en los precios y el salón. En este otro sitio que fuimos, el salón era el típico blanco nuclear aséptico. El típico lugar donde te casas o puedes hacer una operación a corazón abierto. Los precios eran un cristo. Te decían el precio del aperitivo por separado, como si pudieses hacer una boda solo de aperitivo, una opción plausible si no fuera porque los invitados luego se van al McDonalds y te tiran las hamburguesas a la cara. La realidad, de todas formas, estaba en el asterisco. «*Este menú puede hacerse si luego se escoge un primer y un segundo plato». Era el Ryanair de los restaurantes. Oferta: menú a un euro. Entra una tapa de patatas bravas, obligatorio escoger un vino reserva de la carta (*precio no incluído), un primer plato (*precio no incluído), un segundo plato (*precio no incluído), hacerle una reverencia al chef (*no es necesaria la felación) y fregar los platos (*sin contrato laboral). Pero lo peor era lo de la lluvia. Estoy creando expectativas, ¿eh?
Nos estuvieron enseñando el lugar donde se haría la ceremonia, al aire libre, como en casi todos los sitios. ¿Cuál era la opción B? Un edificio con cristalera que parecía un invernadero. Para poner macetas, bien. Para decorar aquello y que quedase bien igual necesitábamos un florista, un decorador, un arquitecto y siete meses de obras. Luego el aperitivo también estaba previsto en una zona abierta con un pequeño porche en el que si llovía tendríamos la mitad de invitados dentro y la otra mitad apretujando como en un metro de Tokyo. Pero lo mejor era que de un sitio a otro, incluído el salón del convite, no había nada cubierto y le pregunté a la comercial: «Y si llueve, ¿cómo llevamos a los invitados?» Recordad, podía haber gente con movilidad reducida. Su respuesta, la típica respuesta tranquilizadora para novios que no saben como funcionan las bodas, pero quieren que todo salga bien. Para la gente que necesita confianza y saber que el restaurante lo controla todo. Que nada les pasará por alto. La respuesta fue: «Pues se mojarán». Después de eso hicimos el moonwalk mejor coordinado de la historia.
La clave, eso sí, es que veníamos de haber visitado ya el lugar que nos enamoró. Este sí que lo puedo decir. El elegido fue el Lotus Blau. Cuando nos abrieron la puerta de los jardines alucinamos tanto con el edificio y los alrededores que pensamos a la vez: «Muy mal nos tienen que tratar para que no nos quedemos con este sitio». Y el trato no pudo ser mejor: Nos dieron confianza, el sitio era precioso, tenía hotel, en los precios no había sorpresas y todo estaba bien indicado con su IVA incluído y su canesú, de la comida tenía buenas referencias y el plan para la lluvia era inmejorable: una cúpula preciosa para la ceremonia y todos los eventos encapsulados en una misma zona cubierta que permitía que nadie se mojase. A la postre fue una gran elección. Porque, nuevamente, spoiler: llovió. Que estaba mi suegra. Y llovió. Mucho. Pero eso es historia para otro post más adelante.
Ahora solo teníamos que decidir la fecha y como somos unos cagaprisas tenían casi todo el 2019 libre. Propusimos el 21 de Septiembre y no hubo ningún problema. ¿Que por qué escogimos esa? Porque queríamos un día donde no hiciese tanto calor como en verano, que tuviésemos margen de ahorro, que pudiésemos preparar las locuras que hiciesen falta y… Necesitábamos un día en el que lloviera. Claro. El siguiente objetivo – siguiendo los consejos de las webs y especialistas en bodas – era elegir y guardar fecha del fotógrafo. Y no sabíamos donde nos estábamos metiendo…
Enhorabuena por la boda! El sitio parece muy chulo, la verdad. Me encanta la respuesta de : «se mojarán». Es que tú también… qué preguntas…
¡Muchas gracias! Sí, la verdad es que vaya ocurrencia… :P
Felicidades por la boda! Lo más importante es disfrutarlo mucho. Esas anécdotas siempre se recordarán con cariño.