Le contrataron una escort para su despedida de soltero… Y se lió
La despedida de soltero de Félix seguía según lo esperado: un par de comas etílicos, tres llamadas de atención de policias locales por escándalo público y una cena en una sala apartada de un restaurante de las afueras con sangría de primero, cava de segundo y para beber albóndigas. De pronto unos cuantos amigos se aproximaron a Félix, le vendaron los ojos y lo dejaron sentado en una silla en el centro de la sala. Las luces se apagaron y los gritos guturales envolvieron el lugar. Por la puerta apareció LA stripper: un pivón de medidas perfectas y sonrisa cachonda; pero algo parecía distinto en cuanto se acercó al primer amigo de la sala. Le metió la mano por dentro del pantalón y le sacudió la sardina. No era una stripper al uso: sus amigos habían contratado a una escort.
Félix vivía ajeno a la situación con los ojos vendados. Sonreía por lo bajini mientras oía los gritos escandalosos de sus amigos. Lo que no sabía es que los encargados de montar la despedida acudieron a Erosguia, una especie de páginas amarillas del fornicio de alto standing, y convencieron a una escort a hacer uno de sus servicios de manera especial. Con público. Los muchachos soltaron la mitad de sus ahorros para darle la sorpresa al novio y ahí estaba Félix, con sonrisa de tonto, sin enterarse que el espectáculo había empezado ya. Y venía hacia él.
Pronto la muchacha se sentó encima del novio. De espaldas a él empezó a menear el culo alrededor de su cebolleta mientras le obligaba a usar sus manos para tocarle los pechos. Félix empezó a sentirse incómodo. Aunque él no podía ver, la mirada de su suegro estaba ahí. Posándose en él. Sí, alguien decidió que invitarlo a la despedida era una buena idea. La incomodidad aumentó de tamaño en poco tiempo y al notarlo la chica se dio la vuelta y agachó la cabeza para acercarse al pantalón. Apenas tuvo tiempo de reaccionar Félix cuando vio una parte de su cuerpo en la boca de la escort. Saltó de golpe, se quitó la venda y se echó hacia atrás. «¡Que me voy a casar!» – gritó, tapándose a duras penas (nunca mejor dicho) la incómoda reacción física.
Pero el suegro de Félix que ya llevaba casado unos cuantos años no dejó pasar la oportunidad. «¡Yo no me voy a casar!» – gritó. Y llamó a la muchacha para que siguiera con la faena. Como a ella le habían pagado por terminar un trabajo, muy profesional se acercó a él y a todo aquél que se lo pidió. Los amigos acababan de organizar una orgía de pago sin que el novio supiera nada y ahí mojó hasta el más tonto. El novio alucinado e indignado se marchó al lavabo, no se sabe muy bien a qué, mientras los demás proseguían la fiesta. Viendo aquello, nadie hubiera dicho que las despedidas de soltero son más para los amigos que para el que se casa…
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