Su primera vez en un casino
Una tarde otoñal paseaban tranquilos Petra Gaperra y su marido Juanca Sino por las calles de Las Vegas. Acababan de casarse y habían decidido hacer su viaje de novios rodeados del glamour, el ocio y las luces parpadeantes de la ciudad. Era la primera vez que viajaban a los EEUU y estaban alucinados por la grandeza de todo aquel complejo de hoteles que adorna el desierto de Nevada. Les parecía que en aquella ciudad no se iba a notar nunca la diferencia cuando encendieran las luces de Navidad.
Juanca no había entrado ni una sola vez en un casino en su vida. Lo más cerca de un casino que había estado en toda su vida era la ruleta del Juegos Reunidos de Geyper. Y nunca supo como funcionaba. Hacía un par de días que se habían instalado en el hotel y todavía no se habían parado en el casino. Salían a la calle directamente e ignoraban el constante tintineo de monedas que se oía durante todo el día. Pero aquella tarde decidieron que no podían irse de Las Vegas sin haber jugado al menos una vez en alguna tragaperras. Y allá que fueron.
Petra se fijó en la más grande de todas y pensó que esa sería la que tendría un premio mayor. Así que animó a su reciente marido a jugar en ella. Tuvo un pálpito. Juanca miró de arriba a abajo la máquina, se santiguó y puso una moneda en la ranura. Apretó un botón y… ¡Premio! ¿La magia de Las Vegas? ¿La suerte del principiante? Nunca se sabrá, pero la verdad es que a la primera moneda la máquina dejó caer algo que Juanca consideró su premio en metálico. Viéndose en racha decidió echar monedas y una y otra vez su premio caía. Petra gritaba: «¡Rápido! ¡Dejénme una bolsa! ¡Mi marido está en racha! ¡No sé donde meter estas extrañas fichas cilíndricas!»
A Petra y a Juanca le parecieron muy extrañas las fichas que estaban recibiendo de premio. Efectivamente era un premio en metálico ya que se trataba de latas. Latas de Coca-Cola, Fanta y de todo tipo de refrescos carbonatados. Estaban en racha, sí, pero porque acababan de confundir una tragaperras con una máquina expendedora de refrescos. A pesar de todo, Petra y Juanca ignoraron cualquier tipo de señal que les indicara su error: ellos creían que eran fichas patrocinadas. Ignoraron también los avisos de un señor mayor que terminó despidiéndose con cara de pena: «Pobrecitos, si esa es su ilusión…» Pensaba hacia sus adentros después de desistir de convencerles de que dejaran ya de echar monedas. Que con 100 latas de Coca-Cola tenían suficiente para una fiesta de cumpleaños. Pero la euforia de sentirse ganadores no les paró.
Continuaron «ganando» hasta que la máquina dejó de expender latas por falta de existencias. Hasta entonces habían acumulado 745 fichas, según ellos; latas, según el resto de la humanidad. Una vez agotada la máquina tragaperras falsa fueron en busca de algún croupier para que les cambiara sus fichas por dinero en metálico. Habían ganado e invertido 745 dólares y necesitaban saber cuántos millones habían ganado en esa fabulosa máquina. El croupier les miró de arriba a abajo, resopló… Y llamó a seguridad.
Después de tal decepción Petra y Juanca volvieron a su Albacete natal con tres maletas más de las que traían en la ida. Hoy en día sufren de continuos ataques de gases.
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