Las películas de dibujos animados

«Mamá elefanta, quiero ser artiiistaaa»
Hoy en día no es raro encontrarse a niños que han echado raíces y se han convertido en un sofá con capacidad de hablar y pedir cosas. Principalmente la culpa de esto la tienen los canales como Clan de la TDT que emiten dibujos animados las veinticuatro horas del día y tienen a los niños con los ojos como platos mirando en una única dirección: la de la tele. La única forma de conseguir que te vean es ponerte delante, entonces empezarán a patalear y protestar: «¡NO VEO! ¡Aparta!» Y cuando empiezan a intentar moverse se dan cuenta de que su pie se ha transformado en cojín y la abuela está intentando quitárselo para echarse un rato a dormir. Esto nos hace plantearnos: ¿Los niños se tragan cualquier cosa que echen en la tele y que sea de dibujos animados? Es muy posible. De ahí que los padres, cuando lo sacan de casa a rastras lo llevan al cine a ver… A ver qué. Una película de dibujos animados.
Ahora los chavales tienen un surtido enorme de películas a escoger de varios estudios de animación. Cuando llega la Navidad o el verano la cartelera parece haberse convertido en un zoo y se llena de animales antropomórficos con ojitos entrañables que tienen amigos tontitos que son muy graciosos y se tropiezan. Vamos, un surtido de lo más variado. Hace años lo único que había eran las películas de Disney. Del Disney clásico. De dibujos hechos a mano, cuidados y que tenían personajes que representaban animales antropomórficos con amigos graciosos y tontitos; pero con una particularidad especial: sabían cantar. Y no paraban de cantar en toda la puñetera peli.
Tazas que cantan. Ese momento
– «Ooh, está situasión tan divertida me acaba de recordar una cansión»
– «¡¡Cantemoss Alfredito!!»
– «Es super geniaaaaallll / Laaa amistaaaaaaaaaaaaadddd  / Tus amigoooosss / Te quieren de verdaaaadd»
– «Laaaa laaaa laaaaaa» – y hay un coro de arañas de fondo, no reparan en gastos.
Y todos los animales se sabían la canción y entonaban. Excepto el tonto que hacía un gallo, todos se reían y era super gracioso. Cuando terminaba la canción, todos seguían con sus vidas como si no hubiera pasado nada. Yo creo que después de una performance de ese tipo, lo mejor que podían hacer era organizarse para sacar un disco. «Oigan, soy de la discográfica Sorny, venía a ofreceros un contrato; tenemos ya nombre para el disco, se llama «La amistad» O aceptáis rápido o me voy, que tengo a los Trotamúsicos en la otra linea, esperando una respuesta». Pero no, ellos seguían con sus vidas luchando para salvar a su amiga Tiburcita del malvado Gromenaker el robacaramelos.
Hoy en día, en las películas de dibujos animados ya no cantan tanto. Los creadores se dieron cuenta que en los momentos de las canciones los niños se dormían, o peor: decidían apuntarse a Operación Triunfo disfrazados de cochino jabalí. Ahora estos largometrajes buscan otro tipo de cualidades para llamar la atención. Ya no son dibujos hechos a mano, sino que están hechos por ordenador. Recuerdo los primeros dibujos animados realizados por infografía, lo primero que decían los niños era: «Se ven falsos». Falsos. O sea, hasta ahora un montón de tazas cantarinas en una mansión perdida les había parecido de lo más realista. Sin embargo, por alguna razón, los personajes de Toy Story se veían falsos.
¿Espías en tu empresa? Nooo
De un tiempo a esta parte, los creadores de este tipo de películas han buscado agradar a los padres, además de a los niños. Que al fin y al cabo son los que los llevan al cine, y son los que ven la película. El niño se duerme, pregunta cosas, se mea encima… Así que introdujeron el humor del doble sentido o triple sentido: el niño se ríe por una cosa y el padre por otra. Aunque muchos chistes al final ya son sólo para los padres, los niños no entienden un pijo y miran a sus padres diciendo: «Ette é tonto» Pensamiento que mantendrán hasta bien pasada la adolescencia.
Al final, la percepción que tenemos sobre estas películas suele pasar por tres fases que están determinadas por nuestra edad y van más o menos así:
1) De niño las ves por pura inercia. Ya fueran dibujos de la tele, películas de sobremesa o ese VHS gastado repetido cien veces. Ahora los niños tienen abundancia de largometrajes infantiles para ver. Aún así, siempre hay un dvd que ven hasta la saciedad. Que no sabes si lo ven porque les gusta, o están preparándose el guión para luego representarlo en una obra de teatro.
2) Luego llega la adolescencia y reniegas de estas películas. «Esto es para niños, uh uh uh» Y remugas como un gorila con esa voz de permanente enfado, a ratos grave con algún gallo que otro, que se tiene en la adolescencia. Eres muy mayor, solo quieres pelis sangrientas y otro tipo de pelis patrocinadas por Kleenex.
3) La treintena está ahí, el síndrome Peter Pan acecha y recuerdas las pelis como si fueran la repera en verso. Te compras el dvd para cuando tengas hijos se las puedas poner y que sepan que «aquello sí que eran dibujos y no la mierda esa que echan ahora que ni son dibujos ni son ná ni tienen chicha ni limoná»


Entonces cuando tienes hijos le enchufas los dibujos animados y el ciclo vuelve a empezar… «Eeeess el cicloooo oooo o oooohhh, ¡el ciiiclooo sin fiiiin! Aaaaahh chuuugüeeññaaa narenamiii sigaboooo»

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