– ¡Oiga! ¡Oiga, camarero! ¡Camarero! ¿Puede venir un momento?
Pedro llamaba con insistencia al camarero del restaurante al que había ido a comer en su hora de descanso del trabajo. Había pedido el menú del día. Siete euros por una sopa de fideos sencilla y casera, un filete con patatas de segundo y una fruta de postre. Barato y suficiente para pasar la jornada laboral. El lugar lo frecuentaban numerosos trabajadores de las empresas de los alrededores. A la derecha de Pedro estaba un hombre solo, trajeado, mirando su móvil continuamente y tomando su sopa. Hacia el fondo del local había dos mesas más, ocupadas por una chica con traje chaqueta y gafas de pasta que iba por el segundo plato y un señor mayor vecino de la zona que tomaba un carajillo mientras leía el Marca. Una camarera limpiaba vasos en una pequeña barra, cerca de las dos mesas del fondo.
– Dígame. ¿En qué puedo ayudarle? – dijo, servicialmente, el camarero.
– Acabo de encontrar esto al intentar tragar – Pedro levantó la mano derecha sosteniendo un aro dorado del tamaño de un garbanzo que estaba dentro de su sopa.
– A ver, déjeme ver. Parece un piercing por su tamaño. Se le ha debido caer al cocinero, lleva muchos. Creo que en la oreja derecha lleva cinco o seis. Cada vez que gira la cabeza parece un ama de llaves cuando va a abrir una puerta. – y se rió solo.
– Oiga, a mí no me hace gracia. Me gustaría hablar con él, esto ni es seriedad ni es ná. Por poco me atraganto.
– No hay problema – replicó el camarero, sosteniendo la sonrisa, y fue en busca del chef.
Pedro sentía las miradas de todos los demás comensales. El hombre trajeado de su derecha, al que veía prácticamente todos los días, le miraba de reojo con una sonrisa de medio lado por la curiosa situación que se estaba viviendo en el lugar. Seguramente estaría twitteando la escena con sorna.
Un hombre salió de la cocina, sin gorro ni ningún tipo de vestimenta que denotara que era el cocinero. Lo reconoció fácilmente por la breve descripción del camarero: numerosos pendientes en ambas orejas, otros dos en la nariz, y otros tantos en la boca. A simple vista no podría Pedro imaginar que faltara ninguno.
– Lo siento, lo siento, lo siento. – Acertó a decir el cocinero -. Me he dado cuenta ahora mismo de que me faltaba un piercing. Oh Dios. Lo siento tanto. – Y se tocó visiblemente la entrepierna.
– No… – A Pedro no le salían las palabras.
– Sí. Siento comunicarle que este aro pertenece a una parte muy íntima de mí. Es el piercing de mi pene.
Un estallido de risa surgió del hombre de la derecha cuando Pedro empezó a gritar como un loco escupiendo una y otra vez cualquier rastro del sabor de la sopa. El hombre trajeado no podía parar de teclear en su móvil, abandonando momentáneamente su caldo, agachando la cabeza como si así los demás no pudiesen verle. La chica del fondo miraba escandalizada y el hombre mayor seguía ensimismado en sus noticias deportivas.
Pedro chillaba cada vez más fuerte.
– ¡¿Pero cómo remueve usted la sopa?! ¡¿Con la punta del nabo?!
– Siempre me han dicho que cocino lo que me sale del rabo así que… – dijo con guasa el cocinero intentando quitarle hierro al asunto, aunque lo único que consiguió fue enfurecer más a Pedro -. Bueno, bueno, seguramente debí venir del lavabo y se me quedó enganchado en la man…
– ¡Exijo una compensación! – interrumpió Pedro antes de que alguna escatología peor saliese de la boca del cocinero.
La camarera del fondo estaba ausente fregando sin prestar mucha atención a la discusión, cuando de repente, al echarse el pelo hacia atrás, notó que en la oreja derecha faltaba algo. «Mierda, mi pendiente» pensó. Y ató cabos al instante.
– ¡Chicos, chicos! No discutáis más. Le pido disculpas señor, pero al menos le tranquilizará saber que ese aro no es un piercing del cocinero, es mi pendiente. Mire.
En la oreja izquierda se podía observar un aro exactamente igual que el que se había caído en la sopa de Pedro. Suspiró con cierto alivio aunque no dejaba de ser una negligencia del restaurante. No es lo mismo meterse en la boca un piercing genital que un pendiente inofensivo de una camarera despistada.
– Un momento – interrumpió el cocinero -. Mi piercing se ha perdido igualmente. ¿A dónde ha ido a parar?
– PSSSFSFSFSSHH.
Un pequeño aro voló por los aires del bar después del escupitajo sonoro que soltó el hombre trajeado de la derecha. Había vuelto a tomar su sopa después de twittear todo lo ocurrido, y de golpe, su sonrisa maliciosa se borró por completo.
10 Respuestas
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[…] no tuve tiempo ni de decirle adiós. Eso sí, cuando me fui a girar me encontré de frente al camarero que dispuso hábilmente la cuenta delante de mis morros. Doscientos euros la factura. Y no comí […]
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[…] que no invierte. Hay que tener en cuenta que el emprendedor tipo de este país es alguien que monta un bar. El que es cool y escribe en blogs que hablan sobre lo bonico que es emprender todo el día no […]
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[…] de pizza a base de esputos de diversa consideración haciendo un concierto que mantenía a todo el restaurante en vilo. Había alguno que sacaba la cámara de vídeo por si montaba una snuff y se sacaba una […]
el karma.. bendito karma >:) genial.. me he reido como loco gracias morri
Gracias a ti :D
Lo Juro, no vuelvo a pedir sopa en ningún restaurante… JAJAJAJA
Muy Bueno.
Imaginate que el de la sopa hubiera sido el Tano Pasman, jajajajaja
se me han quitado las ganas de sopas que no prepare yo….por el amor de Diosss!!!!!muy bueno el post, enhorabuena!
Carlos: Muchas gracias ^^ No sé quién es Tano Pasman xD
prestiti INPDAP: Muchas gracias :D Hay que ir con cuidado, o remover bien antes de llevarse la cuchara a la boca…
De ahora en adelante me dará miedo comer sopa en un restaurante ja ja ja ja XDDD
AmyJelyfsh: Lo de hay un pelo o una mosca en mi sopa ya no es nada en comparación. O quién sabe qué cosas peores pueden haber. ¡Que el caldo está oscurito y no se ve el fondo!