Los punteros láser y demás chuminadas que venden en fiestas

Cristiano patrocina a los vendedores ambulantes
Fiestas mayores por doquier aquí y allá con la llegada del verano. Mi pueblo no iba a ser menos y en estos días estamos en plenas fiestas. Esto significa que hay un famoso concurso de fuegos artificiales al que vienen lo más granado de las pirotecnias de este país y del extranjero. Pero no solo vienen pirotecnias de todo el mundo, sino que también vienen los… ¡Vendedores de chuminadas! Unas personas que van de pueblo en pueblo vendiendo unos productos que cualquier persona en su sano juicio jamás compraría un día de diario normal; pero que el mogollón, las vacaciones y el aburrimiento al pasear les hace caer y dejarse uno o dos euros en un churro de color rojo que hace fiu fiu. Y es que las compras idiotas no entienden de crisis.
Fuegos de Blanes
En las fiestas de mi pueblo es mucho más fácil colocar este tipo de productos gracias a los fuegos artificiales. Normalmente la gente va a la playa a coger sitio mucho antes de que empiece el espectáculo. No por nada, sino porque si van un poco tarde es posible que tengan que sentarse encima de otra gente. Y luego vienen los momentos incómodos: «Oiga, que me está clavando el cinturón» «No es el cinturón… Guapo» Y así luego se ven los fuegos en tensión. No es plan. Con lo cual la gente va antes, coge sitio y durante una hora por lo menos espera a que empiecen. Durante esa hora el aburrimiento hace mella, está todo oscuro y aparecen estos vendedores con chuminadas luminosas en las manos y el cuello dispuestos a salvar el tedio. «¿Quiere un puntero láser?» «¿Cuánto es?» «Dos euros» «Cojona. Bah, es igual son fiestas». Nadie se da cuenta nunca, pero el vendedor se va mirando las monedas diciendo: «Otro primo más que pica».
Un puntero láser, cuidao. ¿Para qué sirve un puntero láser? Para apuntar diréis. ¿Pero qué leches tiene que apuntar alguien que va a ver fuegos artificiales? ¿El cielo? «Mira para arriba, ahí tirarán los fuegos» «Gracias, que haría yo sin ti» O apuntar sorprendidos hacia los barcos que quedan señalados con esos punteros de largo alcance. Yo siempre le he visto sentido a estos aparatejos en las clases. Un profesor enseña las transparencias y señala a donde quiere enfocar la atención. Por ejemplo, al que se ha dormido en tercera fila y le señala para que toda la clase le mire. ¿Pero en la playa? Como no sea para avisar a tus amigos del paso de una tía buena: 
– «Mira qué tía» – Y como tiene tanto alcance señala a una que está a 500 metros
– «¿Cuál? No la veo». 
– «Esa a la que le estoy curando la miopía ahora mismo desde aquí»
Es la moda de este año. Pero cada año tiene la suya. Recuerdo una época en la que lo más de lo más eran los collares luminosos. Unos collares que tenían colorines por dentro, fabricados en algún elemento altamente tóxico y que en la oscuridad iluminaban. Sin cables ni nada. Una maravilla de la tecnología al servicio de la chuminada gorda. Hay gente que ha estudiado elementos químicos y ha investigado mucho para al final eso: sacar un collar de colorines. Luego se suicidan al ver el resultado de su trabajo, una tragedia. Esos collares además duraban lo que una papelina en la puerta de Pachá Ibiza. Entonces aparecían las leyendas urbanas: «Si lo metes en el congelador dura más« La abuela confundía el collar con un polo y ya teníais el paseo de rigor al hospital. Y ni duraba más ni ese era el cuento. Duraba más en la nevera, ocupando sitio para nada.
En los últimos años también apareció un nuevo elemento perturbador de las esperas. Era un aparatico que al estirarlo lanzaba un pequeño objeto luminoso hacia arriba y volvía a caer poquito a poco. Normalmente en la cabeza de alguien aleatorio que se caga en todo. Y así durante un rato largo. Tira hacia arriba, vuelve a caer. Hacia arriba, otra vez a caer. Si ves a alguien haciendo eso con una pelota de tenis durante media hora pensarías que le falta riego en el cerebro; sin embargo la gente ve normal lanzar un objeto luminoso en mitad de la playa hasta la nausea. ¿El precio? «Le hago precio de prim… Digo, de amigo. Bonito, barato, amigo»
A la espera estamos de las próximas incorporaciones a las chuminadas del año. Hay algunas que están pero no triunfan: como las bolas grises que hacen ruidico. Brrrss, brssss. Y ves al hombre que las vende haciendo ruido delante tuyo. Como diciendo: «Mira, mira, lo que hace, qué pasada, ¿eh?» Esperan que se te ponga la piel de gallina. Aprovechan, eso sí, el factor niño. Bien sea, porque los niños que van a ver los fuegos se aburren y los padres no saben como entretenerlos. O el propio factor niño que aún no ha desaparecido de un padre que disfruta más con la chuminada que su propio hijo; o el factor niño que se genera en un grupo de guiris borrachos ante cualquier tontería que se les presente por delante. En definitiva, y volviendo a la idea inicial: las compras compulsivas son el negocio más seguro de los últimos años…

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