Las pachangas futboleras con guiris


Sólo al entrenador del equipo local,
podía ocurrírsele jugar a las 12 del mediodía
para fastidiar a los guiris

Si habéis jugado alguna vez a fútbol con un equipo de vuestro pueblo, seguramente os habréis encontrado alguna vez que en vacaciones han traído a extranjeros para jugar pachangas o torneos amistosos. Una forma de relacionarse de niños con distintas nacionalidades y así aprender a decir hijoputa a un alemán que te saca dos cabezas con la seguridad de que no entenderá ni papa. Las cosas bonitas que se aprenden cuando uno es crío. El problema de estos partidos es que había de todo menos fútbol, porque la mayoría terminaban siempre en una batalla campal.


Por alguna razón que no sabría determinar, los guiris sacan de nuestras entrañas nuestros más bajos instintos. Los de nuestro propio sexo nos hace aflorar la violencia, y las del sexo contrario hacen aflorar el sexo. Sí, ya se sabe. En verano, las guiris, fiesta para aquí, borrachera para allá, polvo en la playa y bebé en Holanda que te saluda por webcam: «Le he llamado Durex, para recordarlos toda la vida, mamón, que mas abandonao» – dice ella en holandés con dolor en la voz. Aunque algunos dicen que no, que las guiris no les gustan porque lo primero es el «producto españó». Como si una mujer (o un hombre) no fuese igual aquí que en Burkina Faso.


Si las guiris, como ya hemos dicho, y los guiris en el caso femenino, generan sexo; los guiris que venían a jugar a fútbol provocaban violencia a raudales. Todo esto junto parece una reminiscencia de las típicas conquistas de la historia antigua en las que amenazaban con «matar a los hombres y fornicar a sus mujeres». Nuevamente los bajos instintos primarios salen a la luz. Así pues, por una cosita de nada el partido podía caldearse y terminar anulado por haberse convertido en un evento especial de Pressing Catch: Todos contra todos. Qué sé yo, un toquecito en el area, una patada a destiempo, un puñetazo en la boca a la salida de un corner… Nada, pequeñas cosas.


El problema más gordo es que los guiris que venían a jugar eran mucho más altos que nosotros. No sé qué tipo de Petit Suisse tienen en Alemania y esos paises del norte, pero los niños venían muy crecidos. O bien no saben datar las fechas de nacimiento. «Oh, en Alemania no apuntamos la fecha de nasimiento hasta que no les sale bigote». Y claro vienen niños con 9 años que tienen canas y todo. Y claro, para ganar un salto en un corner, o les agarrabas de los huevecillos y tirabas para abajo o salías del partido con un saco de goles. Y nada, terminabas con un saco de tortas en la cara. No todos se lo toman igual que Valderrama con Míchel


Al final, cuando se calman los ánimos los entrenadores ponen paz, a no ser que sean peores que los niños, y obligan a todos los chavales a hacer las paces. Con morados en los ojos y madres gritando en la grada que va a borrar a su niño del fútbol o que al «dié ese rubio de los huevo le va a clavá una estaca por el c…» mientras otra señora al lado le corta: «Mari hija, eso no se dise». Entonces, los chavales se dan la mano, vuelven a las casetas y aprenden una lección para el día siguiente: No hay que pelearse con la gente de fuera sólo porque no sepan tu idioma.

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