Cruzar la calle


Ir a dar un paseo es toda una aventura. Sí, no miréis a la pantalla de forma extraña. Es una aventura, sólo hay que verla como tal. Avanzas atentamente esquivando personas, saltando cacas de perro de puntillas como si el suelo quemase, apartando la mirada de los conocidos de vista que son unos pesados y girándote descaradamente al ver a alguna tía buena. Pero dentro de toda esa fascinante aventura (vaya miradas) está la mayor de ellas: cruzar la calle. Cogeos de la manita, que vamos a cruzar.


Una tarea sencilla pero altamente peligrosa, porque por las calles de los pueblos tienen la costumbre de circular los coches. Y este es un aviso realizado por el Doctor Obvio, que me pasó una nota para que os lo dejara claro. La cuestión es que no todo el mundo cruza de igual manera las calles de nuestras ciudades. Los hay más kamikazes que otros. Un amigo mío tiene la costumbre de cruzar las calles a la aventura con la frase: «Ya parará». Fractura de craneo, rotura de tibia y peroné y dedos de la mano reimplantados. Desde el suelo aún atinaba a decir: «¿Ves como paraba?» Sí, lástima que 50 metros más adelante de donde estabas cruzando.


La gente normal, en general, mira antes de cruzar. Y no sólo mira, tiene la fabulosa gentileza respecto a su propio cuerpo y del parachoques del coche que se le acerca de no cruzar hasta que el coche haya pasado. Es importante no llevar esta prudencia, tampoco, al extremo. Una cosa es ser un suicida en potencia como el yaparará (que parece un nombre de rapero) y otra muy distinta es la de no atreverse nunca. En mi pueblo hay un hombre que lleva desde el año 72 intentando cruzar la calle, pero aún no se ha atrevido. La gente le da de comer y siempre está ahí: amagando. Cuando alguien le deja cruzar, tarda tanto en atreverse que cuando se atreve el del coche arranca. «¡¡Eeehh!! ¡Asesino! Sabía yo que no tenía que cruzar» Su mujer sigue en casa esperando desde entonces: «Ay a mi Paco se le va a enfriá la comía» Enfriar, a estas alturas, no sería el nombre adecuado. Ya no tiene campana extractora, tiene enredaderas.


Entre estos dos personajes extremos hay un punto medio. Y es el de las personas que empiezan a cruzar la calle por detrás de tu coche antes de que tú hayas terminado de sobrepasarles. Que vas conduciendo y los ves acercarse al coche y dices: «¿Dónde vas alma de cántaro?» Y pasa por detrás con cara de prisa. Una cosa que no recomiendo hacer, en serio, que no, que no lo hagáis; es la de frenar en seco cuando esté cruzando alguno de estos personajes. Tiene que ser tan divert… Tan dramático. Frenar y POM. Estampado en la luneta trasera. Es una acción de hijoputismo ciudadano. Hay alguno tan aficionado a ello que tiene los cristales de atrás del coche repletos de dientes incrustados. Se hace llamar el Amigo de los Dentistas.


De todas formas, cuando vas conduciendo y te paras en un paso de peatones para dejar pasar a alguien, muchas veces ocurre un momento turbador. Hay alguien esperando en el paso, tú te paras, pisas embrague, pones primera para salir rápido y esperas. Esa persona empieza a cruzar y mientras va cruzando levanta un palmo la mano y hace: «Ey». En plan gracias. Que entiendo que hay poca gente que para en los pasos de peatones. Que alguna señora mayor con bolsas del Carrefour ha intentado abrir el coche para darme un abrazo. «Señoraa noooo» Y ahí tienes que poner el cierre automático porque si una señora te come a besos, te COME a besos. De verdad. Pero en fin, es la obligación de cada uno pararse en un paso de peatones así que ¿por qué levantar la mano? Que las primeras veces te quedabas pensando: «¿Te conozco de algo?» Y todo el viaje dándole vueltas. «¿Quién sería?»


Todo esto hace que debamos reivindicar los pasos de cebra como lugares para cruzar. No son un adorno, aunque algunos conductores crean que sí. El paso de peatones no es un dibujito muy simétrico en el suelo al igual que el color naranja del semáforo no significa acelerar hasta superar la barrera del sonido. Parémonos en los pasos: Paco, el del año 72, nos lo agradecerá.

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