Las excursiones en bús del colegio: Fauna habitual


Antes de ir a la universidad, ya sea en el colegio o en el bachillerato, los profesores tenían las geniales ideas de llevarnos de excursión a ciertos sitios de interés. De interés casi siempre para el profesorado, como obras de teatro que quieren ver ellos o exposiciones de museos que les interesan. A veces eran entretenidas y lo hubieran sido más si no hubiese sido porque nos hacían hacer trabajos sobre las visitas. Pero de lo que hoy os voy a hablar no es de las visitas en sí, sino del camino hacia los lugares que teníamos que ver. Os voy a hablar de los míticos viajes en autobús.


Para empezar, en los fantásticos viajes, lo primero que tenías que hacer era encontrar pareja. Algo a lo que te obligan desde bien pequeño: «Si no tienes pareja, no eres nadie». En realidad era simplemente para sentarse de dos en dos en los asientos y que estuviera todo bien organizado, por ejemplo, los dos amiguetes se juntaban siempre, las parejitas, las dos chicas que cotillean y el pelota agarrándose al brazo del profe. El profe pensando: «Joe, el puto niño ya me ha jodido el ligue con la profe de Lengua, no me podré acercar en todo el viaje» Que claro, siendo profe de Lengua… Llama la atención. Ya se sabe, los profesores de primaria tienen más tensión sexual que los concursantes de Gran Hermano.


Así que una vez subidos al autobús la gente se transforma y coge un rol, un papel dentro del vehículo que llevarán durante todo el viaje y viajes posteriores en los que agotarán la paciencia de los autobuseros más tranquilos. Porque de conductores de autobús hay muchos tipos, pero de los que llevan los de los niños hay dos básicamente. El borde y el enrollado. Los dos acabarán mosqueados, pero el primero ya lo lleva de antemano. El borde manda a callar a los niños, les dice borricos, les insulta, les hace reprimendas, les pone Camela… En fin, un cabrón. El enrollado deja poner la música que quieran a los chavales que normalmente van preparados con cintas de cassette de alta alcurnia. Bueno, eso en mi época, ahora todos van con su mp3, su Ipod y su cd portátil y cada uno escucha lo que le da la gana. Antes no, tenías que escuchar el último de Backstreet Boys porque las chicas habían ido más rápido. Lo peor no es eso, lo peor es que ellas también cantaban. «Yuuuaaarrr maaii faaaiieeerr» Y luego encima se te queda la letra de por vida.


Además las provocaban. La culpa la tenía siempre alguna profe cumbayá que aparecía por allí. La profe o el profe cumbayá era un profesor que había tenido el trauma de pequeño de no haberse podido dedicar a la canción y un día le dio por aprender a tocar la guitarra. Se pone a cantar canciones como «para ser conductor de primera acelera» y otros hits del estilo que son capaces de acabar con la paciencia del conductor más enrollado de la historia. Los niños, mientras son niños, cantan al unísono. Cuando son más mayores se dan cuenta de que es la mejor oportunidad para insultar al profe sin que se dé cuenta de quien ha sido. Tanta gente a la vez insultando es difícil de controlar.


Para eso la persona perfecta era el macarrilla. El macarrilla era el chaval que se dedica a convertir el viaje de autobús en algo parecido a un infierno para la mayoría de los viajeros. De mayor se hará dominguero para seguir tocando los huevos. El lugar de acción del macarrilla es justo al fondo del autobús, que se convertía en un bunker donde estaba él y sus ayudantes gángsters que le reían las gracias. Era un experto en el arte de la colleja, de ahí a su posición trasera. Si se pone alante tiene que dar golpes en la frente y es más fácil que te vean. Desde detrás podía soltar collejas a diestro y siniestro sin ser prevenido. El arte de la colleja no es una cosa sencilla de dominar, es un golpe perfecto en la nuca con un efecto sonoro considerable. El sueño del macarrilla ha sido siempre grabar un disco con una orquesta de chavales de espalda y él sometiéndolos a collejas de distintos sonidos. Qué espectáculo.


Los más dados a recibir collejas eran el empollón y el pelota. A veces era el mismo, pero no siempre. El empollón pasaba desapercibido entre la gente y era muy dado al collejismo. Pero el pelota tenía la protección involuntaria del profe. Estaba al lado suyo hasta que terminaba el viaje explicándole cosas que al profe ni le iban ni le venían. Si fuera por él, le hubieran soltado treintamil collejas al susodicho pelota. El pelota, además, tenía tendencia a hacerse delegado de clase y se dedicaba a querer organizar la excursión. Vamos, el perfecto prototipo para convertirse de mayor en un auténtico presidente de la comunidad.


Era el primero en quejarse al escuchar algún ruido. Siempre había alguien que se dedicaba a dar golpes de alguna forma, no sólo con las collejas. Sin ir más lejos, si el conductor le daba por poner la canción de «Mi jacaaaaa, galopa y corta el viento cuando pasa por el puertooo camiiniiii» PUM PUM «toooo de jereeeee». Y estaba el ruidoso haciendo los pums más gordos que podían hacerse. De todas formas el de los ruidos no tenía porqué ser un follonero, también podía ser clarísimamente un dormilón. Siempre en un viaje de autobús hay alguien que se duerme y ya no se despierta. Ni que le den collejas. Nada. No hay nada que hacer. Se ponía a roncar, de ahí los ruidos, y hasta que no pararan no se despertaba. En algunos casos incluso ya ni lo llevaban a la visita, lo dejaban en el bus y hasta que no volvían a su pueblo lo dejaban ahí sobar plácidamente. Era propenso a recibir la típica foto de recuerdo que queda muy bien para presentar en currículums. Un hombre con la boca abierta, la baba cayendo y el cuello apunto de romperse. Te contratan fijo en una empresa. Bien, como funcionario tiene futuro…


Los que no se dormían eran las parejitas, que se dedicaban el viaje a toquetearse y manosearse todo lo más que podían. Ahora con esto de las cámaras digitales se hacen hasta fotos y videos enseñando las tetas y todo lo que se pueda esconder debajo de la ropa. Llegan a la visita tan quemados que no explotan de milagro. Los que sí que explotan son los mareadores o vomitadores. Siempre hay alguien que antes de entrar al autobús ya viene con su bolsa de Caprabo en las manos. Y es que no sé si a vosotros os pasa, pero ver una bolsa de plástico dentro de un autobús ya da grima de por sí. Los vomitadores tienen la mala costumbre de que en cuanto arranca el autobús y toma dos curvas ya se están mareando y vomitando encima de una bolsa o del compañero de delante. Dejando un hedor tan maravilloso que provoca lo que se llama reacción en cadena. No es bueno poner a vomitadores cerca los unos de los otros porque se provocan entre sí. Y al final el autobús huele peor que un lavabo de estación de tren.


Lo que tenían los mareadores y vomitadores para evitar esos mareos eran unos chicles muy útiles que servían expresamente para evitar los mareos. Yo no sé si realmente aquello era útil o no, o era cuestión psicológica. Más bien parecían chicles como otros cualquiera, pero sin sabor y asquerosos. De todas formas, los peores no eran los vomitadores sino los dos últimos que os voy a enumerar. Primero estaban los gafes, los que imaginan cosas que no hace falta que las digan en voz alta porque crean mal rollo. «¿Os imagináis que al salir de esa curva nos estampamos?». Y un resorte automático hace que todo el bus se gire con cara asesina encima suya. Y ploff, collejón del macarrilla que además es merecido. La primera colleja con aplauso de todo el viaje. Es el típico que en un viaje de avión suelta: «¿Qué pasaría si se cae el avión?» Pues que por fin dejamos de oirte, so capullo.


Y para acabar existía el otro personaje capaz de crear mal rollo en el autobús y en cualquier excursión que se precie. Haciendo uso de la credulidad de los niños siempre tenía alguna historia de miedo para contar. «Os voy a contar una historia de miedo…» Ooooh, y todos corriendo las cortinas para crear ambiente. El dormilón a lo suyo («Grrooommpff»), el de la colleja con la mano preparada («Te va a enterá»), el profe cantando («Mmmmmm eemmmmmmhhhh mmmmmhh»), o intentando cantar con la mordaza… La parejita follando («censurado»), ya que estaban todos despistados… Y la mirada de todos los demás sobre el contador de historias. «La niña de la cuuurvaaa, uuuuh» Y a contar la leyenda urbana que se conoce todo el mundo. Si iban de acampada se ponía una linterna debajo de la barbilla y todo el mundo se daba cuenta de lo feo que era. ¡Si no es la historia, es tu cara lo que da miedo, quítate la linterna!


Y así transcurrían los viajes de autobús en el colegio y cuando no éramos tan pequeños también. La verdad es que no sé si eran de utilidad o no esos viajes, pero la verdad es que todo aquello lo hacían para curtirnos en el gran arte de aguantar todo tipo de gente en cualquier viaje que podamos tener de mayor. Mirad sino este video:





La paciencia llega a tener un límite.

1 respuesta

  1. 11/01/2014

    […] se considera un paraíso, para este hombre fue un auténtico infierno. La conoció en un autobús y la cosa, según ha podido investigar El mundo está loco Investigations, fue más o menos […]

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