El fútbol patio
Cuando íbamos al colegio en clase nos preparaban para saber matemáticas, lengua o ciencias naturales; pero jamás nos prepararon para aquella jungla llamada «hora del patio». Allí salíamos todos en nuestro estado salvaje, solo ligeramente controlados por esos profes-policía del patio que paseaban y vigilaban que ningún niño le sacara la lengua al otro. De forma literal. Entre las actividades que hacíamos muy a menudo en ese ratito estaba jugar al fútbol. Pero era un fútbol peculiar, con sus propias reglas: el fútbol-patio.
Y no es que fueran unas reglas especialmente definidas. En algunos casos era muy importante ser pares, pero creedme si os digo que cuando juegan 20 contra 21 en 10 metros cuadrados no se nota demasiado ese jugador extra dentro del caos de piernas y polvo de arena. Pero si venía a jugar uno que caía mal en general al grupo – o era poco diestro en el golpeo de balón – ser pares era importantísimo. «Ya no puedes, somos pares» «Traigo un amigo» «No, porque somos pares y múltiplo de 6» Las mates se las sabían cuando les interesaba.
En nuestro colegio existía una pista de fútbol sala en mitad de un enorme patio de arena y hasta que no llegabas a la edad adecuada no podías ir a jugar. El tema es que cuando empezamos a poder usar la pista nos volvimos muy exquisitos y no podía ser un todos contra todos: tenía que ser un 7 contra 7; 8vo A contra 8vo B. La lucha de clases empezaba en el cole. Los de la otra clase no eran muy democráticos: los buenos y chulitos jugaban siempre. Pero en la nuestra teníamos un método de selección rudimentario a la par que justo. Los siete primeros en llegar a la pista podían jugar. No sé si éramos un buen equipo de fútbol, pero todos éramos unos expertos velocistas; os lo puedo asegurar.
Pero normalmente los partidos no se jugaban en pistas buenas, solían jugarse sobre esa tierra dura especialista en fabricar heridas y compinchada con los fabricantes de mercromina. Le iría mucho mejor al fútbol profesional si en vez de lesiones de ligamento cruzado anterior tuvieran las rodillas peladas como cuando éramos niños. El caso es que como en la arena no había porterías solo se podían formar de una manera: con chaquetas. Siete pasos y dos chaquetas. Y como mucho una linea de gol marcada con el pie. Esto dejaba un poco a la buena de Dios el hecho de decidir cuando era gol o no, mientras el tuercebotas que le había tocado ponerse de portero sufría porque no sabía que tenía que hacer:
– ¿Valía el portero-delantero? A veces no se dejaba que un portero marcara gol, aunque chutara de portería a portería y el portero contrario fuera tan torpe que se le colara entre medio de las piernas al agacharse a recoger el balón. Otras veces el portero dejaba sus funciones y la portería vacía y se lanzaba al ataque en busca del gol. Si marcaba se aplicaba la regla: «Eh, eh, portero-delantero no vale». Y si lo decía uno que era fuerte no valía. La jungla, como comentaba.
– Penalti y gol es gol. Se acerca un delantero a la portería, quien dice un delantero dice veinte, ojo. Que el balón no lo llevaba uno, el balón estaba en medio y setenta niños lo perseguían sin orden ni concierto. Pues bien, se acercaba uno, el portero le daba una patada en la rodilla digna de triada, el balón rebotaba grácilmente en varias piernas y terminaba en gol. Y como los penaltis no eran garantía de éxito… Penalti y gol es gol. Así que el gol subía al marcador y nadie se la jugaba a mandarla a las nubes.
– Alta. Alta se decía cuando el balón iba demasiado alto como para valer como gol. Pero claro, ¿quién limitaba su altura? Como siempre, el más fuerte. Si había un niño bajito no valía poner como excusa que no llegaba para que no fuera gol. En una portería de verdad se hubiera tenido que fastidiar. Otra cosa es que contaran como gol un balonazo a una paloma en pleno vuelo, ya no tanto porque eso formara parte de la portería imaginaria, sino porque la puntería también es algo a valorar. Y aquí las reglas se deciden sobre la marcha.
– Palo y gol: Como teníamos porterías formadas por chaquetas o zapatillas, los palos eran éstas y… Las chaquetas tienen tendencia a no hacer rebotar el balón. Así que cuando pasaba la pelota por encima de uno de los postes imaginarios, si lo hacía por dentro se consideraba gol. Porque, claro, seguro que hubiera rebotado hacia dentro; que lo dice el Kevin que su primo es mayor y sabe de eso y se lo dijo el otro día. Si por el contrario el balón pasaba por el lado exterior de la chaqueta entonces no subía al marcador. A no ser que hubiera amenaza de colleja.
– Chupapostes: El fuera de juego es muy complicado de pitar en el fútbol profesional así que imaginaos como tiene que serlo en el fútbol-patio. Sin embargo teníamos una regla mucho más eficaz puesto que había jugadores que jamás se movían del sitio. Se quedaban al lado del palo de la portería contraria y cuando le llegaba el balón se movían rápida y sibilinamente y marcaban gol. Eso estaba feo, se llamaba chupapostes y estaba penado con un «barullo«.
Lo curioso de todo es como se pitaban las faltas, un poco en plan votación popular: es decir, cuando eran muy evidentes y el niño se retorcía por el suelo de dolor. Y lo mejor de todo es que sabíamos el resultado mientras el partido estaba en marcha, 7-5, 9-4, 8-0, 16-25… Eran partidos repletos de gol y espectáculo, pero no sé muy bien para qué llevábamos el conteo si cuando llegaba el momento de acabar el partido alguien gritaba bien fuerte: «¡¡Quien marque gana!!» Y daba igual todo lo sucedido hasta el momento, lo importante era el último gol. Me gustaría ver eso aplicado en Primera División, lo bien que nos lo íbamos a pasar.
Pero al final quien marcaba el fin del partido era el timbre que nos obligaba a volver a clase, aunque a veces el partido terminaba mucho antes cuando el balón se colaba en algún lado o salía fuera de los dominios del colegio y nadie se atrevía a saltar la valla para recuperar la pelota. Y eso que es clara la ley de la botella: «El que la tira va a por ella». Entonces volvíamos a clase sudados y cabizbajos porque nos habían pitado una falta injusta o colado un gol que claramente había sobrepasado los cuatro metros de altura y todo el mundo sabe que no hay porterías tan altas. Pero el patio – como la vida – era la jungla. Y así lo aprendimos.
En mi patio habia 3 partidos a la vez en el mismo terreno de juego: los de cuarto A contra B, los de quinto A contra B y lo mismo para sexto. Eso si que era un partido, a veces metias gol pero de un partido diferente
Además del fútbol había otros juegos: La chapas, que se decoraban metiéndole una imagen de un jugador de fútbol u otro héroe del momento, luego se ponía un trocito de cristal tallado » en redondo» previamente y sellado por los bordes con cera de vela derretida. Los mambruños, que eran cajas de cerillas abiertos en plano y se dejaban caer desde una línea de 1 m de alto; el que cayese encima de cualquier otro se llevaba todo. Las canicas, con el juego del ojo donde se ponían una por cada jugador y una raya, donde tiraba el más cercano a ella o el guá, donde había que golpear la bola contraria con el: Primera, truque, más truque, paso de bola y GUÁ. al meterlo en el hoyo se ganaba la bola del contrario.
Y las cometas en la calle. Se hacían con unos papelillos de colorines muy finos y ligeros, caña de escobas y cordel previamente untado en un trozo de cera dura.
Se alineaban bien los tirantes, uno para el cordel de sujección y el otro para la cola que llevaba trocitos de papelines enrollados y una punta de cola con flecos largos.
Llegada la hora de la verdad era una gran ilusión el ver como despegaba el cuerpo seguido de la laaarga cola y subía, subía, hasta dejarla bailoteando ligeramente en el azul del cielo, mientras jugábamos al balón ó al trompo.
Recuerdo un amigo que era muy inventor, que se presentó un día con una nueva cometa. La había hecho con una tela de paraguas y sus bordes de color rojo le daban un aspecto de fuego. Luego resultó que, entre lo que pesaba, el viento y la fragilidad del cordel, éste se rompió y el cuento se acabó allá por un km y en unos tejados ( lo más seguro ).
El mismo inventor que, harto de que los pájaros le comiesen los higos, se fabricó una hélice de lata y unido a ésta un palo, al lado colgó una lata de aceite de coche y al girar la hélice por el viento, el palo golpeaba la lata con un gran ¡ chan ! …
Al dia siguiente vimos que no estaba el artilugio, y preguntado Antonio sobre el tema, dijo que » No habían podido pegar ojo en toda la noche «.
Se le habia olvidado que el viento, por la noche NO DUERME.
Me ha parecido genial y me ha traído una lágrima de nostalgia
Gracias
Por cierto de portería a portería guarreria :-)
Muchísimas gracias :D
Lo de portería a portería guarrería debería haberlo puesto, igual lo actualizo para meterlo :P
Yo empecé a jugar al fútbol con la fiebre de Oliver y Benji y en el patio de mi cole, por suerte, había porterías y también se disputaban 5 o 6 partidos a la vez. En mi caso era más jodido, porque era de las pocas chicas que jugaban (hasta que conseguí que se animaran mas, incluso hicimos una liguilla femenina en el recreo del comedor) , con gafas y un poco enclenque. No se cuantos pares de gafas me cargué en sexto~septimo, pero mi madre estaba frita conmigo.
En el patio de mi colegio el deporte reina era el brilé de todas contra todas. Las mejores eran las que tiraban a dar: heridas, pelotazos, traiciones, discusiones… ¡Era la guerra! Pero ¿y lo bien que nos lo pasábamos?