El FOMO o la sensación constante de estar perdiéndote algo
Los anglosajones, otra cosa no, pero capacidad para crear acrónimos de problemas modernos tienen una barbaridad. No gusta mucho inventar palabras nuevas, así que se elige una frase que defina un problema y se junta en una sola. Este es el caso del FOMO, que viene del inglés «Fear of missing out». Traducido al español: ser un agonías. Si tuviéramos gracia e influencia en internet, en vez de ir diciendo FOMO por ahí para sentirnos integrados en Reddit, diríamos «SEA». Es que tienes «SEA». El caso es que se ha quedado la definición anglosajona y «fear of missing out», para los que no dominen el inglés, viene a decir algo así como el miedo a perdérselo. Es el miedo a estar fuera de sitio. Lo que nos pasó a ti y a mí en secundaria cuando vinieron a hablarnos de Ricky, el perro y la mermelada y no sabíamos de qué leches nos estaban hablando.
Hubo una época en la que os hablé de que todo el mundo veía series, entre ellos yo, y ahí estábamos enganchados a ver lo que nos recomendaba el vecino. El hecho es que ahora ya no es que queramos ver series, ahora las tenemos que ver ya. Ahora. Una maratón. Doce horas seguidas. Que te sonden el ciruelo para no tener que moverte ni para ir al lavabo. Que te abran los párpados, te los aten a la piel y te pongas un gotero para que no se te seque la pupila. Pero que te puedas conectar a Twitter y puedas discutir con argumentos por qué la persecución de Leia en la serie de Obi-Wan es la mayor obra de humor involuntario que se haya generado en mucho tiempo.
Uno de los grandes generadores de estas situaciones son las redes sociales. Ya no es que tengas una red de contactos en las que inevitablemente alguno de ellos esté al día de todo. Es el hecho de que si quieres conectarte, debes ver la última serie de moda en el minuto cero o te comerás spoilers por doquier. Ya hace tiempo que escribí en este blog que el miedo a los spoilers había mandado más gente al cine que el estreno de Titanic. Hoy en día la cosa no está mejor. Si no ves esa nueva serie a tiempo, cuando entres en alguna red social, incluso en medios de postín, alguien habrá hecho una reseña o un comentario que te destripará ese capítulo. Los medios hablarán de esa serie como si todos la hubiesen visto ya, comentando sin pudor detalles de la trama. Si llega a pasar esto en la época gloriosa de las telenovelas venezolanas, te digo yo que mi abuela, que en paz descanse, habría montado La marea (ana)rosa y habría quemado la redacción de El País con todos sus modernillos dentro.
El problema de todo esto, a mi parecer, es que ya no se disfrutan ni las series ni los juegos ni las pelis ni los libros como es debido. Y lo digo yo como víctima de esta sensación. Hay tanto material a nuestra disposición, hay tanta abundancia de estímulos, que al final parece que estés consumiendo el producto con la idea de terminarlo para poder pasar al siguiente. Como si engulleras sin respirar los spaghettis porque sabes que de postre hay tiramisú. Que hay una cola de cosas a hacer, como si fuera una lista de tareas, que hay que marcar como hechas para sentirnos bien. Y hay que aprender a disfrutarlas tal cual las consumimos. Hay que reivindicar el ver las cosas sin prisa, jugar a juegos de hace tres años, ver series que ya han terminado todas sus temporadas, no pedir seis tapas sin haber comido las cuatro primeras, no pensar en el próximo viaje cuando aún no te has ido al primer destino. No nos dejemos consumir por el «FOMO». O «SEA«.
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