De cuando te peinaba tu madre
Este niño ha sufrido para ir así de repeinado |
Muchas de las madres que hoy en día ya son casi abuelas sufren shocks severos al entrar en la zona de cosméticos del supermercado y encontrarse con gominas que dicen así: «¡Efecto recién salido de la cama!» o «¡Efecto despeinado!». Se desmayan, sufren convulsiones y sacan espuma por la boca. ¿Pero eso como puede ser? Se preguntan anonadadas. ¡Efecto despeinado! Con lo que les costaba a ellas mantener a sus hijos peinados cuando eran pequeños, ahora resulta que se venden gominas para hacer algo que la propia almohada ya es capaz de hacer por sí misma.
Son el signo de los tiempos. Las cosas cambian, las madres modernas también. Ahora ya no se peina a los niños como antes. Hay niños que van con peinados más modernos que los que lucen sus padres. Antes las madres iban a lo fácil, llegaban a la peluquería y decían: «Al dos». Y no hacía falta más historia. Ahora tal y como van algunos niños peinados podría decirse que miran un álbum de cromos de la Liga de fútbol y eligen a uno de ellos. A ver si así el niño se parece. Porque ya se sabe, en este país el futuro está en ser futbolista; a ver si nos va a salir la oveja negra y le da por estudiar ingeniería aeronáutica.
En definitiva, y antes de irme por las ramas cual mono tirititero, los niños de antes, o sea nosotros, no nos matábamos demasiado a la hora de cortarnos el pelo. Pero una vez éste crecía venía el peligro. Porque no nos llevaban a cortarnos el pelo enseguida, tenía que crecer un tiempo prudencial. Y durante este tiempo las madres eran absolutamente admiradoras de un peinado que ha triunfado durante años y estaba quedando en desuso hasta que llegó la moda popera: «la raya al lao«.
Parece una tontería, pero las madres habían desarrollado una precisión milimétrica para dibujar rayas completamente rectas en nuestras cabezas sin desviarse ni un milímetro. A lo mejor algunas madres primerizas y poco experimentadas usaban regla y cartabón o llamaban a un delineante: «Oiga, sí, ya sé que tiene mucha faena con esto de dibujar perspectivas caballeras y toda la pesca, pero, ¿podría venir a casa a hacerle la raya al lao a mi niño que no me sale?» Esto pasaba. Había presión entre las madres para ver cuál de ellas hacía mejor las rayas. Y luego algunas se quejaban de que los hijos les salían drogadictos.
Algunas siguen sufriendo de mayores |
Lo que pasaba muy a menudo es que cuando nos despertábamos por la mañana teníamos el pelo enmarañado como si de una ristra de cables se tratara. Por la noche nuestro cabello cobra vida propia, baila sevillanas y se contonea grácilmente mientras nosotros sobamos plácidamente. Así pues, por la mañana parece que hayamos puesto los dedos en el enchufe o se haya colado en nuestra cama el de Algo pasa con Mary. Eso a nuestras madres no les gustaba nada, y había que desenredar el pelo. Torturándonos.
La tortura matutina era desenredarnos el pelo. Ellas tiraban y tiraban sin pudor alguno mientras nosotros gritábamos de dolor. A ellas les da igual, todo menos ir desastrados al colegio y que las otras madres vieran una raya desviada. O peor, podríamos parecer «unos piojosos». Hubo una época en la que llamarte piojoso era uno de los peores insultos que podían propinarte. Así que empezaban a tirar. Y nosotros a gritar. «No grites niño, que te van a oír los vecinos, que no es pa tanto» Y venga a tirar otra vez. Yo llegué a pensar que mi madre era una india americana que por las mañanas siempre intentaba quitarme la cabellera para llevársela como trofeo.
Una vez habían conseguido desenredar nuestro pelo y dejarnos los ojos sin lágrimas, comenzaba el proceso de crear la mítica raya. Con una precisión que ni el peluquero de Anasagasti, dejaban una parte del cabello a un lado y la otra al otro. Y ya estabas listo. Para conseguir eso no lo hacían en seco, te mojaban el pelo. Bueno, algunas madres más torturadoras desenredaban y peinaban sin echarle una pizca de agua; y luego claro, los niños venían de mala leche al colegio y querían pegar a todos sus compañeros. Así nace la violencia.
El niño no sabe lo que le espera La madre pone cara de mala |
Otras madres no querían gastar agua y querían que el niño en cuestión oliera perfectamente. Con lo cual, unían los conceptos «colonia Nenuco en botes de litro» y «peinar al niño» y embadurnaban al pobre chaval de colonia hasta que le salía por las orejas. Yo tenía un amigo de pequeño que lo peinaban así. Luego cuando llegábamos a clase lo ponían al lado del enchufe porque la profesora, un poco cegata, lo confundió con el antimosquitos. Ahora el chaval no tiene ni 30 años y ya es calvo. No es ningún dato científico, pero yo lo dejo ahí, para que reflexionéis.
Un esfuerzo titánico el que hacían nuestras madres cada mañana para que fuéramos al colegio bien arreglados. Pero no era poco el esfuerzo que hacíamos nosotros, pobres niños indefensos e ingenuos a los que nos peinaban a lo repipi y nos vestían ídem. Algunos no sufrían tanto y aún hoy en día, en la edad adulta, se peinan y se visten así, como si lo hicieran sus madres. Pero eso es tema para otro día…
Por estas cosas algunos decidimos hacernos punkis, en rebeldía. Con cresta es imposible hacer rayas a los lados. Asique, cuando veais un punki por la calle… pensad… está en rebeldía por que lo peina su madre!!
Lo de la colonia en el pelo es una cosa que me ha intrigado desde mi más tierna infancia.
Pues si el pelo corto era malo, el largo, peor ¡qué tirones!
Y ¡qué coletas más tirantes, por favor! ¿habría un concurso de madres para ver quién le provocaba a su hija mayor dolor de cabeza por todo el día?
zonip: ¡Nunca había pensado en esa posibilidad! Los punkis evitan los tirones de pelo… Me hace replantearme tantas cosas…
loquemeahorro: Me acabo de dar cuenta con tu comentario. He enfocado el post todo el rato desde el punto de vista de un niño, pero es cierto: desenredar el pelo de una niña debería ser el horror. Cuántos ojos llorosos, cuántas madres sioux.