El comportamiento extraño de ciertas mujeres al comprar ropa


«Si dejo de reirme la ropa explota y se me escapa un peo»

Muchas mujeres, ya sea influenciadas por los cánones que imponen en la televisión o porque simple y llanamente se dieron un golpe en la cabeza, viven obsesionadas por su físico. Da igual la raza y condición, hablarle a una mujer sobre su peso es como mentar a la bicha. Es un tema prácticamente tabú, cualquier cosa que digas puede ser utilizada en tu contra y ya puedes ir buscándote un buen abogado. Y de paso ten una ambulancia al lado, por si la cosa se complica. Por eso, cuando algunas de estas van a comprar ropa tienen ciertos comportamientos curiosos, incluso absurdos, que merecen la pena comentar.


Cierto es, también, que en muchas tiendas de ropa las dependientas ejercen cierta presión sobre los compradores que no todo el mundo sabe llevar. Algunas tienen tendencia a mirar a los clientes con mirada altiva, con cara de «esto no te va a quedar bien» o «ni en sueños podrías pagarte esto, zorra». Son así, qué se le va a hacer, sino se aburren. Eso, solo lo transmiten con la mirada, jamás lo dirán. Ellas siempre tienen palabras amables, todo le queda bien a todo el mundo. TODO. Y lo más feo más, que hay que quitárselo de en medio.


Entonces, cuando muchas de estas compradoras con complejo se acercan a una pieza de ropa, las dependientas lo huelen y se acercan para presionar. «¿Te ayudo?» Mientras pegan un repaso de arriba a abajo a la clienta. Así que la mujer débil le dice que sí y le pide tallas. Como tiene cierta vergüenza de su talla pide una dos veces menor. Como mínimo. Da igual que la clienta sea más gorda o más flaca, este tipo de mujer siempre dirá dos tallas menos. La dependienta la mira con cara de «esta se ha metido algo antes de venir» pero le da la talla en cuestión. Cuando van al probador empiezan las excusas extrañas.


Se embuten en la prenda con esfuerzo y dolor, pero al final desisten y salen con una de estas dos excusas. «Uy no me entra, yo no sé, no peso tanto, será el helado que me he tomado hace un rato». Los helados, ya se sabe, tienen ese poder de engordar al segundo. ¿Quién no ha visto a una señorita flaca convertirse en Montserrat Caballé después de tomarse un Magnum Almendrado? A porrones, señores, a porrones. O bien usan la excusa de: «Esto a mí antes me entraba, debe de ser la marca, que cambian las tallas y claro, por eso no me entra» Sí, algunas marcas cambian las tallas, pero cuando unos pantalones anchos parecen unas mallas es que algo va mal, no sólo la marca.


Una vez soltadas las excusas se pasan a la nueva estrategia de negación de la realidad: «Bueno, ¿pero esto luego se da, no?» Esto se da. Que vale para todo y para todo tipo de telas. En general la ropa se da, pero si todo lo que compráramos se diera tanto como para bajar tres tallas terminaríamos todos con los pantalones por las rodillas enseñando los calzoncillos… Espera, un momento… En fin, que con eso se quedan tan tranquilas, se da y punto. Estarán acostumbradas a comprar bragas en el mercadillo mientras la dependienta le pide que estire la braga: «Tiiira, tiiiira, mira como se daaaa» Que ya no sabes si están vendiendo bragas o tirachinas para los críos.


Como estas chicas siguen estando bajo la presión de la dependienta de mirada fría y calculadora, pasan a la nueva estrategia para no reconocer que están más gordas de lo que a ellas les gustaría. Así que pasan al autoengaño total. «Me está clavado» Vamos, exacto. Clavadico, clavadico. Ni un solo poro de la piel es capaz de respirar, hicieron esa prenda pensando en ella. Pensando en ella como solomillo en una carnicería, claro. Así que mientras se están ahogando en el pantalón, top, camiseta o lo que sea proclaman a la tienda entera que están perfectas. «Me lo llevo puesto, fíjate lo que me gusta». Se lo lleva puesto porque se ha cogido tantas tallas menos que o se lo quita con tijeras o ya no hay manera.


Pero el colmo del autoengaño no es ese, aunque parezca mentira. La mejor de las frases que puede soltar una obsesionada por el físico es esta: «Bueno, da igual, me la llevo y así me obligo a adelgazar». Ha reconocido, al menos, que la prenda no le está bien; pero lo ha rematado con algo peor: ¡se la compra para obligarse a adelgazar! ¿Adelgazar cuanto? ¿Diez kilos en dos semanas? ¿Cuándo piensa ponerse la prenda? ¿La pondrá delante de la puerta del congelador para evitar coger un Magnum Engordador Total? ¿Se la probará cada día? Normalmente, todas las personas que hacen eso jamás se ponen esa prenda, jamás adelgazan y la prenda quedará en el fondo de armario hasta el fin de los tiempos. Pero a eso a la tienda le da igual, ya han hecho el negocio…


P.D: Post basado a partir de algunas vivencias cazadas al vuelo de mi amiga Vero que trabaja en una tienda de ropa.

1 respuesta

  1. 19/06/2012

    […] atrofiado. Que te la compró con toda la ilusión del mundo. La ilusión de aquel que va a la tienda de ropa, tira todas las prendas hacia arriba cuales cartas de concurso de televisión de los 90 y la […]

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