Los príncipes y las ranas

Si hay un mito extendido entre todos los cuentos infantiles que han existido es el del príncipe azul. Muchas mujeres, entre ellas alguna de mis amigas, han cogido su parte del cuento y esperan la llegada del príncipe azul que les haga felices y, ¿por qué no? Que sepan planchar y cocinar. Ya puestos… Como todos sabéis los príncipes ni planchan ni cocinan que para eso son príncipes y se lo puede hacer la sirvienta o el mayordomo. Así pues, la búsqueda de este mito es infructuosa y muchas desisten en la búsqueda. Los hombres para eso son mucho más simples: «¿Princesa rosa? Anda ya, con que tenga buenas tetas… Arf»


Aunque parezca mentira, los colores son importantes. El príncipe ha de ser azul. No vale cualquier color. Muchas de las chicas que buscan su príncipe azul se encuentran con muchos candidatos que se atreven a llegar a sus aposentos portando un traje rojo. ¡Hábrase visto! Por supuesto los rechazan. Otros traen sortijas de diamantes, pero el traje descolorido… «¡Pero si he luchado contra el dragón! ¡Te he salvado! ¿Y ahora me rechazas por llevar el traje roído y quemado?» «Sí, no eres un príncipe azul» Y gira la melena para el lado al estilo Pantene. Y él susurra: «calientapolls» «¡¿Qué has dicho?! ¡Mi padre te tirará a los cocodrilos!» En fin, un jaleo en palacio.


El mundo de los cuentos era más complicado de lo que parecía, y las mujeres siempre han tenido ese punto exigente. ¡A ver si se han pensado que son una princesa cualquiera! Que se va con el primero que le salva de un dragón escupefuego. De ahí que los príncipes azules de verdad, de los buenos, de los que saben planchar; no fueran fáciles de encontrar. ¿Por qué? Pues porque eran ranas. Sí amigos, ranas. ¿Por qué los príncipes se iban a ocultar dentro de un ser como una rana? Pues vete a saber oye, pero el caso es que ahí dentro que andaban metidos y el esfuerzo que debían realizar las princesas para sacarlos de allí era el darles un beso. Un beso a una rana.


Y ahora preguntaréis, ¿pero con lengua o sin lengua? Porque claro, no es lo mismo. Como los cuentos eran para niños me da en la nariz que los besos eran más castos, más puros, sin lengua. Aunque en beso con lengua a una rana tiene que ser un poco especial, ¿cómo lo harían? ¿Se ponen un mosquito en su propia lengua y dejan hacer? En fin, escatologías aparte las princesas sabiendo la leyenda se dirigían a las charcas en busca de su príncipe azul. Que me imagino a las ranas tan tranquilas en la charca diciéndose entre ellas: «¡Croac! Ya están aquí las malditas histéricas estas a llenarnos de babas otra vez» Porque a ver como reconoces tú una rana que ya has besado de otra que no…



Había incluso princesas que se emocionaban tanto que daban lengüetazos a las ranas en plena desesperación. «¡Sal príncipe saaaalghhhh! ¡Que ardoooo toaaaghhhh!» Y el príncipe sin salir. Eso sí, ella con una lengua hecha campo de verruga. La llamaban la verrugosa, aunque se conformaban con lo de rugosa. Que dices, como un día salga un príncipe de verdad de la rana, al verla se vuelve a convertir. «¡Convertidme mamonesss! ¡Quiero ser rana!» Y la princesa: «¿Pero por qué no me das un besitooo? Te quiero amooorr sluuurp» Un desastre total.


Pero la cuestión sigue en el aire. ¿Por qué narices se transforman en rana y tienen que darle un beso para que se conviertan en humanos hechos y derechos? ¿Porque tiene más mérito? Claro, que mucha gente le da besitos a los perros y no pasa nada. Si transforman a un príncipe en perro pues ella le da el besito sin asco alguno y ala, a disfrutar. Aunque la gente que ve a sus perros olisquear culos y lamerse los huevos aún no sé como tienen estómago para dejarles que les den… Ejem, besitos. Pero eso es tema para otro día. Las ranas, al menos, se asean de otra forma… Por algo son príncipes ocultos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.