Historias para contar: El compañero de habitación del hospital
La semana pasada operaron a mi padre. Felizmente ya está curado. Como no tenemos una mutua privada estuvo ingresado en un hospital público así que tuvo que compartir habitación con otra persona. No voy a hablar del hospital porque no tengo fotos con las que demostrar lo mal que estaban las instalaciones. ¿A quién se le ocurriría como gran medida higiénica en un hospital el empapelar las paredes? Seguramente les daría pereza pintar las paredes o era la medida que encontraron más adecuada para ocultar manchas de humedad, telas de araña o pacientes que no reclamó ningún familiar. Quién sabe.
A lo que íbamos, el hospital público que necesita un repaso del Ministerio de Sanidad, la Generalitat o de Mister Proper tiene estas cosas: has de compartir habitación con otro enfermo. Y esto es como una lotería, te puede tocar cualquier cosa. En el caso de mi padre le tocó todo un personaje que por supuesto, se merece este post. El hombre en cuestión es de esos que cuando le explicas el porqué de estar ingresado te hace de médico. Su amplia experiencia en hospitales la usa para darte los detalles más escatológicos posibles que yo voy a obviar. Es como esas señoras que te encuentras en el ambulatorio que te preguntan: «¿Tas malo hijo? ¿Qué te pasa?» «Naada, una gripe» «Aaay, así empezó mi Paco, que si una gripe, luego le descubrieron una pulmonía, que se juntó con una herida mal cerrada en el brazo, que al toser le creó una fístula en el duodeno y el fistro del pecador que se le jodió con la cadena del water, ay, que en paz descanse». Te da un buen rollo…
Te cuenta que tiene tantas cosas jodidas que lo raro es que no se hubiera muerto antes. Te lo imaginas en casa como un zombi. «Cariñoo, ¿que quieres hoy para comer?» – le preguntaría su mujer. Y él: «¡¡Cerebros!! ¡Quiero cerebros!» Vamos, un horror. Pues este hombre era del estilo, intentaba tranquilizar con toda su buena fé, pero conseguía poner nervioso hasta a un tío sedado. Por esa razón, supongo, llaman a los enfermos que están ingresados pacientes. Porque hay que tener una paciencia de un santo para aguantar según que personajes te tocan al lado. Y no solo paciencia, también estómago.
Los hospitales tienen sus propios trajes para los pacientes. Es como un uniforme que por desgracia no se usa también para las enfermeras. Aunque ellas no opinarían lo mismo, no sé por qué me da en la nariz. Esto es una batita que se queda abierta por detrás y que a la mayoría de los operados los dejan sin nada debajo. Todo al fresco. Las batitas están abiertas por detrás, pero gracias al Dios del buen gusto y a todos los espíritus invocables se pueden cerrar. Otra cosa es que algunos pacientes deseen cerrarla. Como habréis podido intuir después de leer las últimas lineas, el compañero de mi padre ni llevaba nada debajo ni se cerraba la batita de los bemoles. Para qué. Le daba igual que hubiese visita a que no, el hombre se levantaba, se daba la vuelta, se le caía una pastillica y ala, a mostrar sus huevos colganderos al personal. Lo peor de todo, es que a pesar de la repulsión que sentíamos todos volvíamos a mirar. Es como cuando ves que a alguien se le ve la raja del culo por encima del pantalón, no quieres, no quieres, pero vuelves a mirar. A pesar de que tenga pelos.
Eso no era todo. No conforme con eso el hombre, desprovisto totalmente de vergüenza propia, ajena y hasta torera; hacía sus necesidades a la vista de la gente. De espaldas, eso sí, pero lo hacía. Enseñando el culo claro. Había lavabo, que lo sepáis, y el hombre podía moverse por la habitación. Pero tenía allí su cuenquito de meados al lado de la ventana, ahí bien puesto para que se le recalentara al sol. Supongo que a lo mejor luego lo usaba para hacerse un caldito al baño maría o algo. El caso es que todos éramos conscientes de lo que el hombre meaba a lo largo del día. Allí estaba la muestra. Cuando le tocaba ni corría la cortina ni nada. «Bueno gente, os tengo que dar la espalda» Y nosotros: «Naah, tú a lo tuyo». Y allá que se ponía a hacer sus ríos.
Eso sí, peor hubiera sido el vecino de la habitación de al lado que producto de la anestesia y sus delirios provocó un momento de humor surrealista digno de ver. La enfermera, con toda la paciencia del mundo intentaba explicarle que estaba en un hospital. El hombre creía que estaba en un restaurante. «¡Si me ponen de comer es que es un restaurante!» Y tenía su lógica, pero la enfermera le contestaba: «¿Y en los restaurantes lo tienen tumbao, la gente va de blanco y le ponen medicinas?» Que estaría guay ahí tumbado en el restaurante del Ferrán Adrià: «Tráigame una tortilla deconstruida y un gelocatil, gracias, y tómeme la tensión». Eso sí, lo que me ha quedado claro es que yo de enfermero no tendría futuro ninguno, ¡cuánta paciencia y cuánto estómago hay que tener!
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«La suerte loca al que toca, toca», es la maxima de los hospitales a la hora de elegir donde ubicar a sus pacientes. Lo interesante hubiese sido una hermosa mujer con el mismo habito «bueno les voy a dar la espalda», con algo asi quiza hubieses visitado mas seguido a tu papa, y este quiza hubiese querido que lo visitaran menos XDDD
Juan L. (me alegro que haya salido bien la operacion,
saludos.)
Juan L: Bueno, lo que tienen los hospitales es que no suele haber gente joven, y menos tías buenas con las que compartir habitación. A pesar de todo, la imagen de una mujer meando de espaldas con la bata abierta no es mi ideal de sexualidad XDD Eso sí, mejora lo del viejo, menos es nada.
oye genial lo de HUMOR SURREALISTA, un toque de distinción a una acción comun.
HABLANDO DE PACIENCIA Y ESTOMAGO EN LOS HOSPITALES… QUIÉN PIEREDE TODA DIGNIDAD Y ORGULLO EXISTENTE DURANTE UN ENEMA?
a- LA ENFERMERA QUE REALIZA ESTE PROCESO A un PACIENTE «X» Y A OTROS 80 ENFERMOS A LO LARGO DE UN MES
b- EL PACIENTE QUE RECIBE UNA CUASI-VIOLACIÓN
Anónimo: Sí, y real como la vida misma xDD
Morondanga: Yo creo que en ese caso no pierde nadie la dignidad, eso sí, hay que tener un estómago bien puesto para ello…
Los ministros, cuando se ponen malitos ¿comparten habitación?.
¡Ah! Es que hay que ser Ministro.
Es lo peor. Paciencia la que tienen que tener algunos enfermos con las enfermeras porque conmigo lo que hacían era pura carnicería!!!
Pero vamos q lo del compañero de habitación de tu padre tela… A mi me tocó una mujer que no escuchaba casi, y hablaban gritando cada dos por tres. En fin, que lo de descansar era casi imposible…
Eulogio: Pues claro hombre, y el príncipe también. Los meten ahí en habitaciones chiquitujas con encanto, porque son campechanos.
Arantxa: Sí hija, en algunos casos hay enfermeras que son un peligro. En el caso de mi padre, por suerte, las enfermeras se portaron muy bien. Saludos!