El mito del salto del tigre
Un mito ya un poco caduco que huele a chistes de Arévalo en cinta de cassette de los años 80-90 es el del salto del tigre. En estos tiempos de sadomasoquismo de baratillo personificado en la figura de Christian Grey nadie se acuerda ya de esa demostración de hombría encarnada en este acto sexual injustamente olvidado. ¿Qué es el salto del tigre? Os preguntaréis queridos jóvenes lectores. Muy sencillo. Yo, como garante de la sabiduría de El mundo está loco, en mi siempre incansable labor social por llevar a vuestras casas el conocimiento de chuminadas imperecederas, os lo explicaré acto seguido.
El salto del tigre constaba de dos partes: por un lado la parte activa y por el otro la pasiva. En la pasiva, como todo acto amatorio de tiempos pretéritos – y en cierto libro de cuyo nombre no quiero acordarme – estaba la mujer. Ella tenía solo un trabajo: desnudarse, abrirse de piernas y esperar pacientemente de cara con las nalgas ligeramente levantadas. Para entendernos: con el chichi mirando al cielo. El hombre, en su rol activo de macho dominante debía escalar el armario ropero de la habitación conyugal, con el pene convenientemente erguido, posarse en la parte superior y seguidamente… Saltar sobre el elemento pasivo de la relación con la puntería de Guillermo Tell e incrustar su cimbel en la vagina de la impertérrita muchacha que espera paciente en la cama.
Todo eso tiene un mérito terrible, sobre todo conseguir que la chica que espera en la cama no salga huyendo ante el primer intento de salto. La cuestión aquí radica en: ¿todo esto alguien lo ha conseguido – siquiera intentado – alguna vez? ¿Cuántos locos lo han probado y han conseguido un desgarro vaginal de tercer grado? ¿Es todo esto solo un mito aplicable a chistes de gasolinera? La verdad es que no lo sé. ¿Mi apuesta? Si alguien alguna vez lo ha intentado, lo único que habrá conseguido es que las carcajadas de la novia se escucharan hasta en Honolulu y ese armario de Ikea que no fijó en la pared porque «pa qué» terminara hundiéndose en su cabeza tras caerse encima suyo con todo el catálogo de ropa del Primark dentro. Un desastre.
Entonces, ¿cuál es su origen? Pues la respuesta está en un artículo de El País de hace unos años. Un resumen rápido, un actor del siglo XIX en una de sus interpretaciones debía matar a una actriz que representaba a Desdémona; en el momento se lanzaba sobre ella lanzando un rugido que finalmente convino a llamarle «el salto del tigre». Cuando llegó a Barcelona, le contó la historia a Santiago Rusiñol y lo hizo realizando la interpretación sobre el mismo Rusiñol. A éste le hizo tanta gracia – seguramente porque iba vestido, que sino de qué – que introdujo el momentazo en uno de sus vodeviles. En él, dos amigos iban a un puticlub de la época y uno le aconsejaba al otro que lo que tenía que hacer era abalanzarse sobre la meretriz haciendo «el salto del tigre». Por lo visto, hizo tanta gracia entre la gente que lo adaptaron a la cultura popular. Y de ahí a Arévalo solo hay un pequeño paso.
Jajajaja, de verdad que si alguien me sugiere esta acrobacia, el erotismo del momento se esfuma, ya puede ser Brad Pitt luciendo abdominales. Los números del Circo del Sol dejémoselos a los especialistas… :D :D :D
Si te lo encuentras asegúrate de tener las zapatillas deportivas a mano. Y huye. Por lo que más quieras. Huye.