El hombre que fue a un lavabo público y no pudo salir

En el water nadie puede oír tus gritos
Marc Ulofino siempre fue reacio a sacar su culo en lavabos extraños. Le asqueaba profundamente colocar sus posaderas en tazas donde otro hombre se hubiera posado. O una gotilla amarilla ajena hubiese hecho de ese lugar su hogar. Por eso el día en el que le sobrevino el malestar estomacal supo que sería un mal día para él. Salió de su puesto de trabajo raudo y veloz hacia el lavabo público de la empresa dispuesto a romper su racha de años sin cagar fuera de casa. Era un hombre con un aguante heroico, pero aquel día sucumbió al poder del metano
Abrió la puerta del lavabo con premura y se dirigió a uno de los cuatro cubículos con taza incorporada. Cerró la puerta del cubículo y echó el pestillo cuando notó que alguien ahí, anteriormente, ya había echado el pestazo. No había tiempo para lamentaciones, pues la tormenta estaba empezando a dar sus primeras señales. Y amenazaba con ser copiosa. Estiró del papel de water y lo rasgó para sacar unos trozos con los que limpiar la tapa interior. No contento con eso, cogió unos cuantos trozos más y cual obra de arte los colocó sobre la tapa. En equilibrio. Por fin, se bajó los pantalones, dejó caer los calzoncillos y sentó su culo fino en la taza decorada cuando de pronto un estruendoso pedo hizo temblar todas las paredes. Él no había sido. Había vecinos.

Por si no era suficiente tortura para Marc sentarse sobre un water público, tenía un vecino trompetista. El vecino no tenía ningún reparo en cagar fuera de casa, hizo del lavabo su hogar. Es más, cada vez que soltaba un mojón suspiraba de placer a viva voz. Así pues, a cada plop que se escuchaba y a cada suspiro más fuerte que el anterior, a Marc le asaltaba el estreñimiento. Sentado en su taza, miró al cielo y clamó hacia arriba en voz baja: «¿Por qué no insonorizas los lavabos públicos, Señor? ¡Que se oye todo!» Y de pronto, el sonido de la cisterna contigua fue la señal del silencio. Nada más se oyó y la tormenta empezó.
Aquí al menos hubiera
estado entretenido
Truenos a ritmo de obertura de Tchaikovsky se pusieron en marcha, lluvia fina y granizo después convirtieron su cara en la definición de alivio. Por un momento olvidó el asco que le producía estar en un lugar así. Se limpió concienzudamente, se colocó los calzoncillos y subió sus pantalones cuando la sorpresa hizo que sus ojos no pestañearan en cinco minutos seguidos. El pestillo se había quedado atrancado. ¡No podía salir de ese infernal lugar! Entonces se arrepintió profundamente de no haberse traído la mascarilla anti-gas que siempre quiso llevar encima para estas ocasiones, pero las más que posibles risas de sus compañeros de trabajo le habían retraído. Estaba encerrado y apretar con fuerza el pomo de la puerta no le ayudó. Es más, el pomo se convirtió en un souvenir en su mano en cuanto lo forzó más de la cuenta.
Gritó y gritó desgañitándose en cada avalancha de voz. La insonorización del lavabo se había convertido en una realidad más pronto de lo que él jamás hubiera imaginado. Dos voces se oyeron desde dentro. Dos personas habían acudido a mear y charlaban animosamente. Pero no le oían. Los pedos podían apreciarse de forma nítida, pero sus plegarias de socorro no las escuchaba nadie. En un momento de silencio de la conversación entre los meones se oyó uno de los chillidos. «Sí que caga con fuerza ese» «Sí, ja ja ja, o eso o que el monstruo de la taza ha salido por fin de su letargo, ja ja ja» Y se marcharon. La solución, pues, no pasaba por gritar más fuerte.
Marc comenzaba a desesperarse cuando se dio cuenta que la puerta tenía un hueco bastante grande por debajo. Lo que podría llamarse el verificador de pies para comprobar si un cubículo está ocupado o no. Intentó salir por ahí estirándose sobre el suelo como buenamente pudo. Sacó un pie cuando se dio cuenta que al llegar al muslo ya no podría avanzar más. Así que se dio la vuelta e intentó sacar la cabeza por debajo para que alguien pudiese verle, pero notó con dolor en su alma que sus compañeros de trabajo no son especialmente buenos con la puntería y las señoras de la limpieza solo friegan por la mañana. Su cara era un trapo
La próxima vez Marc irá aquí
Pensó, pues, que ya puestos podía intentar hacer un Trainspotting. Miró la taza, levantó la cabeza, miró la taza, levantó la cabeza, miró la taza, pensó y cuando fue a introducir un pie dentro, absolutamente desesperado, oyó: «Toc, toc». Marc atinó a decir: «¡Ocupado!» Después de decir esa palabra, activó las neuronas de nuevo, se dio un auto-tortazo y gritó: «¡No! ¡No! ¡Estoy encerrado! ¡Ayúdeme! ¡Quiero salir! ¡Esto huele mal!» Desde fuera el salvador dijo: «¿Ha probado a quitar el pestillo?» A lo que Marc contestó: «Pues claro que he int… Oh, mierda» Lo había intentado abrir al revés
Al hacerlo al derecho la puerta se abrió hacia dentro de la forma más sencilla posible y por fin pudo salir de su cautiverio. La falta de costumbre de ir al lavabo público le había jugado una mala pasada, ya no sabía ni cómo funcionaba el pestillo. La tarea ardua venía ahora, cuando tuviera que explicar su tardanza a sus compañeros de las gracietas con la cara mojada y amarillenta y un pomo en la mano de recuerdo…

3 Respuestas

  1. 24/12/2011

    […] una montaña de regalos detrás. Tapada con una manta. Una de dos, o el tronco tenía una diarrea muy jodida, o ahí había trampa. Es más, le hacían cagar una y otra vez con: “Tiooo, tiooooóo, caga […]

  2. 29/01/2012

    […] llegar al lavabo antes de que sus padres se den cuenta de su lamentable estado. Alcanza el lavabo, se acerca a la taza del water, dobla las rodillas, se agacha y empieza el espectáculo. Lo echa […]

  3. 08/09/2013

    […] si estaba podrido por dentro? Quién más quien menos ha hecho saltar la alarma nuclear en algún lavabo público, así pues, ¿por qué la naturaleza hace que los excrementos sean apestosos? Bien, porque la […]

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