Las respuestas "ingeniosas" a insultos infantiles

«Habla muchoo que no te escuchoooo lalalalalaaa»

Nuestra memoria tiene ciertas limitaciones. Sí, cuando llegamos a ciertas edades el cerebro tiene tendencia a borrar información inútil del cerebro que lleva acumulada durante muchos años sin volver a usarse. Así pues, cuando oímos a un niño decir barbaridades y palabrotas clamamos al cielo y decimos: «¡Vaya lengua que tienen los niños de ahora!» Los niños de ahora, y de siempre. Algunos de nosotros, capaces de acumular cultura basura hasta extremos preocupantes, nos acordamos aún de las burradas y tonterías que decíamos de forma más o menos ingeniosa para responder a algún insulto recibido. Algún sabio de la antigüedad lanzó esas frases al aire y quedaron grabadas para siempre en el colectivo infantil, que las usaba para todo. Veamos cuales eran.

Cuando éramos niños nuestra capacidad de insultar se reducía a pocas palabras. El vocabulario era el que era y no daba para más. Se empezaba por los inocuos idiota, imbécil, capullo y al final se alcanzaba el súmum del insulto con gilipollas. Sí, gi-li-po-llas. Una palabra que de por sí, por su gran movimiento facial y bucal para mencionarla, es tan grande como hijo de puta que no hace falta escucharla para saber lo que se está diciendo. Fijaros en un partido de fútbol, enseguida reconocemos el insulto. El sabio que inventó los insultos sabía lo que hacía.

Pues bien, cuando un chaval le decía gilipollas a otro, el ofendido saltaba: «De gili nada, de polla un metro saca el coño que te la meto». Así tal cual. Un chaval que no levanta dos palmos del suelo te suelta que la tiene de un metro y que te la va a meter. Alguna niña ninfómana llamaba gilipollas a todos sus compañeros para ver si sonaba la flauta, pero los demás se sentían tremendamente agredidos. Era como romper el encanto del insulto, zas, la respuesta ingeniosa. El problema es que el ingenio deja de tener gracia cuando se la sabe todo el mundo y el efecto era cada vez menor. Además, no era creíble, si un niño de 10 años la tiene de un metro saldría en la tele como el magnífico monstruo de las tres piernas. Su madre comentando la jugada: «El problema viene para encontrar un trío de bambas, nunca encontramos la tercera bamba y le pongo unos patuquitos de cuando era bebé». Un drama familiar.

No todos los insultos tenían una respuesta tan evidente. A veces podía ser simplemente una acusación difamatoria, qué sé yo, un niño de 8 años comenta que otro todavía se mea en los calzoncillos por la noche. Tal afrenta podía ser motivo de pelea, pero alguno ya tenía suficiente flema como para responder con un hermoso: «Rebota, rebota, en tu culo explota». No sé qué leches iba a explotar en el culo del pobre chaval, que simplemente había comentado la posibilidad de que aún tuviera incontinencia urinaria visto que la madre aún compraba pañales. Luego supo que eran para el abuelo, pero qué sabía el chaval de eso. El origen del «rebota, rebota, en tu culo explota» es un misterio y puede ser originario de algún niño sádico, que los había, le pudiera haber explotado un masclet del quince a un chaval que osó dudar de su hombría a los ocho años. Un respeto. Los compañeros se rieron, porque los niños ya se sabe lo cabronazos que pueden llegar a ser, y de ahí viene la expresión partirse el culo. De nada por este dato absurdo de la tarde.

Había más, sí. Las peleas infantiles estaban a la orden del día. Siempre había alguien que se enfadaba con otro, algún insulto suelto, una difamación o simplemente no le había dejado el mando de la Nintendo durante suficiente rato. Motivos suficientes para provocar una guerra, por supuesto. Al final, uno de ellos podía saltar harto del otro y espetarle un sonoro: «¡Pues vete a la mierda!» Los chavales, siempre preparados para la respuesta podían responder rápidamente con un «vete tú antes de que yo me pierda». Que ya se sabe que el camino que lleva a la mierda es un camino peligroso, repleto de trampas y oloroso. Sobre todo, muy oloroso.

Podían pasar más cosas. Un día podías estar jugando a la videoconsola delante de la tele y antes de que tu madre te dijese que te podían salir antenas de tanto jugar alguien podía pasar por delante y quedarse cubriendo tu visión. O simplemente mientras veías en la tele, por ejemplo, Heidi, alguien podía aparecer y quedarse delante de la tele tapándote el momento en el que Clara vuelve a andar. Entonces tú, enfadado sueltas un gran: «¡La carne de burro no es transparente!» Ingenioso, ¿verdad? Pues había respuesta: «Los ojos de cerdo no ven» Y tan anchos y encima no se quitaban de en medio. Curioso descubrir a tiernas edades que los pobre cerdos eran ciegos.

Respuestas había para todo, no podías ni siquiera despistarte un momento de una conversación. Como dijeras: «¿Qué?» Te decían: «Café». Toma ya. La gente por no repetir frases dice cualquier cosa. Pero lo mejor era cuando llegabas y decías: «¿Qué pasa?» y alguien te decía: «¡Un burro por tu casa!» ¡Hasta ahí podíamos llegar! No te iban a dejar mal delante de todo el mundo, así que para eso se inventó otra respuesta ingeniosa: «¡Por la mía pasa y por la tuya caga!» No rima ni nada, pero ¿y lo descansado que te quedabas?. Había alguno que continuaba y decía que en la tuya cagaba, meaba y se tiraba pedos, pero ya perdía todo el hilo, la gracia y el savoir fair de las respuestas ingeniosas. Así pues, después de tales afrentas no te quedaba más que decir: «¡Ya no testoy!» o «¡Ya no tajunto!» para decir que había perdido tu amistad. Oh. Por lo menos en los próximos cinco minutos, que luego todo se olvidaba, eso sí.

Después de leer esto, mucha gente puede llegar a creer que de pequeños nuestra capacidad para ofendernos era mucho mayor que actualmente. Craso error. Si de pequeños podía ofendernos un insulto como «patoso», «dumbo» o «cuatroojos»; de mayores es más fácil ofenderse por temas de religión, tu grupo preferido o el michelín del costado. Cambian los temas, la facilidad para ofenderse continúa. Lo que pasa es que lo que se antes se resolvía con cuatro collejas, un llanto o un «insulto-respuesta» ingenioso de mayores se resuelve promoviendo boicots, quemando herejes o soltando improperios y amenazas desde foros de internet. La gente sigue ofendiéndose, pero de mayores pierde mucho la gracia. Con lo divertido que sería ver a los políticos soltarse en pleno hemiciclo: «¡Rebota, rebota, en tu culo explota! ¡Chincha rabiña!» Les falta poco para ello.

1 respuesta

  1. 13/04/2013

    […] hay insulto más grave que puedas cometer contra un grupo indie de postín que llamarles comerciales. Que son […]

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